sábado, 20 de noviembre de 2010

3D

¿Qué, alucináis con las televisiones en 3D que hay por aquí? ¿Con las demostraciones de las tiendas? Bueno, hay sitios en los que nos llevan bastante ventaja...



Visto en Biku-Kamera, la tienda más grande de electrónica de Kyoto y la que tiene la canción más pegadiza y machacante. ¡Y de la que aún soy socio, por cierto!

jueves, 18 de noviembre de 2010

El zapatero del trabajo

Pues sí, en el museo también había un zapatero para dejar el calzado de calle y ponerse las pantuflas, con lo que no es sólo una cuestión de tu propia casa. Yo tenía allí mis propias zapatillas de ir por casa, pero también había para quienes no tuvieran. ¿Os parece excesivo? Os pongo un par de ejemplos de los que me acordé ayer.

Hace poco que he empezado a dar alguna clase en la universidad (como obligación -o derecho, no lo tengo claro- del becario), y algunas son prácticas de campo, lo que se traduce en ir al Saler y tomar una serie de parámetros ambientales sobre el terreno. Como de momento GozRita no ha conseguido urbanizar todo el término de València, eso significa que no estamos a cubierto y que si llueve, nos mojamos. Nosotros por las gotas, y los zapatos, en los charcos murphyanos estratégicamente colocados. Resultado: zapatillas del Decathlon empapadas y calcetines como para sacar footcofee. Para entrar en un bar, lo ensucias todo, lo mismo en la universidad, e ídem en tu casa, en la que si además tienes moqueta o parquet la cosa se pone interesante.

En Japón, al volver de muestrar, tu lugar de trabajo permanecía limpio, puesto que dejabas a la entrada las botas enfangadas; además, tenían una zona exterior en la que limpiar el material (redes, vadeadores, cubos) algo que aquí echo mucho en falta. O por ejemplo, al ir a comer enmedio de un día de muestreo, en Kanazawa, Takahiro se empeñó en ir a un restaurante decente (no como aquí, que comemos cualquier cosa de forma rápida), y yo me opuse debido al lamentable aspecto que presentaba. Él me miró y me dijo: No problem! Entramos al sitio, con suelo de madera, nos descalzamos en un pequeño recibidor y nos dieron unas chanclas. Fuera de la mesa se quedó el barro y no nos tuvimos que preocupar por poner perdido el restaurante, además de la comodidad que supone quitarse las botas en un día en el que te lo pasas metido en charcos y barrizales.

Total: que tontería, poca, es de lo más útil en un museo de ciencias naturales de un país lluvioso. Por cierto, ¿adivináis cuales son mis botas de montaña?



martes, 16 de noviembre de 2010

Sobre el anuncio de Ono y las excursiones de escolares

Después de meses he decidido volver a colgar nuevas fotos e historias, en parte por la insistencia de algunas personas, y en parte porque lo prometido es deuda. Y también, para qué negarlo, porque he visto un par de anuncios que me han recordado dos experiencias muy concretas (y diferentes) de Japón. De momento le toca el turno al anuncio de Ono, en el que salen unos escolares monísimos con sombreros amarillos. Y pensaréis ¿es verdad o es para hacer más llamativo el anuncio? E imagino que ya vais adivinando la respuesta ;)

Sí, los niños siempre van con un gorrito o sombrero (y uniformados), al menos cuando van por la calle en horario escolar. Además, hay variedad de sombreros, supongo que para no confundirse en las mareas de locos bajitos que se originan en sitios muy concurridos. Sin embargo, mi encuentro con uno de estos grupos lo tuve en Kanazawa, mientras tomaba unas muestras de agua en unos arrozales de las afueras de la ciudad. De pronto mi lugar de trabajo se vio invadido por una horda de niños y niñas, quienes, a pesar de la disciplina que intentaba imponer el profesor, se dispersaron rápidamente por los bancales. Algunos tomaban apuntes en una libreta, presumiblemente sobre las variables ambientales y limnológicas del ecosistema. Me pareció increíble -fantástico- que los alumnos se iniciasen tan pronto en un camino que a mí me había costado 25 años empezar.

Y en esas estaba yo -botas enfangadas, manos empapadas, camiseta sudada- cuando se acercaron un par de niñas monísimas que me preguntaron qué estaba haciendo. Supongo que pensaron que estaba en un lugar tan alejado de los circuitos turísticos, que por fuerza debía llevar un tiempo en el país y saber japonés. O no pensaron nada y simplemente preguntaron. Yo levanté las cejas y sonreí, pero afortunadamente Takahiro (el profesor de universidad que nos acompañaba), empezó a contestarles; sólo entendí las palabras "agua" "español" e "investigación". Las niñas se pusieron a aplaudir emocionadísimas, y durante unos cuantos minutos -hasta que tuvieron que irse- se quedaron mirando, muy atentamente, todo aquello que yo hacía (medir el pH, temperatura y conductividad del agua, filtrar con una jeringuilla...).

Y me pregunto yo, ¿si unos niños españoles se encuentran con un investigador japonés que estudia los arrozales, se les iluminaría la cara así? Me alegraron la tarde, y ahora, gracias a Ono, me acuerdo de ellas y os lo cuento a vosotros.


lunes, 15 de noviembre de 2010

El dispensador automático de naranjas

Me parece increíble no haber posteado esto, con la de veces que lo he contado. Pero no es lo mismo sin la foto, así que ahora lo entenderéis mejor ;)

Estaba yo caminando con Mark (quien trabajaba en el museo) y Mark (amigo del Mark del museo) cerca de Nara, entre monumentos, bosques, templos y bancales, cuando vi el rudimentario escaparate de la foto. Un poco atónito, les pregunté dónde estaba la persona que lo antendía, puesto que no se veía a nadie en todo el camino. La respuesta, que os la estaréis imaginando, era que no había persona alguna que se encargase de venderte las naranjas. Simplemente confiaban en que pagases por aquello que te llevabas, sin preocuparse de que no cogieses más de lo debido y dejases las monedas pertinentes. ¿Alguien se imagina cuánto tiempo durarían esas naranjas en España, si ya en las tiendas vigiladas desaparecen?

A los tres meses, ya había visto muchos más escaparates con autodispensador de mercancías (incluso en ciudades). Y qué queréis que os diga, son más bonitos y más baratos que las vending machines. Y, sobretodo, hablan maravillas del país en el que los encontré.


domingo, 10 de octubre de 2010

Probando otros dos restaurantes japoneses (y repitiendo en el Manga)

Me dicen que no actualizo: bueno, no me lo dicen, no hace falta, porque está claro que este blog está más parado que un libro de Alexis (bromilla privada, lo siento). Lo que pasa es que uno acaba bastante harto de escribir y estar cara al ordenador todo el día, y como los posts que tengo en mente ("Rebatiendo a loquemerevientadejapon" y "Consejos para viajar a Japón", entre otros) o son muy largos o requieren bucear entre los más de 30 gb de fotos que tengo repartidas entre distintos ordenadores (como si fuese un Fabra de la informática, un yonki de los Raws, un defraudador de Photoshop) pues pasa lo que pasa, que nunca encuentro ese rato para subir algo de nuevo material. Así que vamos con un post que seguro que Robert Rusk calificaría de frenéticamente delicioso, ecir, con mi (subjetiva y personal) valoración de dos nuevos restaurantes japoneses que he probado hace poco en mi ciudad.

  1. Ichido (Plaza del Ayuntamiento). Lo comentaba con Luis, y le ha pasado a otra gente: yo volvía de Japón, y en el avión pensaba en cómo iba a echar de menos determinada comida japonesa... que no era el sushi. Vivo en una ciudad con el mar a un tiro de piedra, y es sólo cuestión de buscar sitios, porque materia prima habrá. No, pensaba en el ramen, los fideos en caldo, una de las maravillas gastronómicas de este planeta. Venía preocupado por no poder encontrar nada parecido aquí, y, efectivamente, no hay nada parecido, pero yo no lo sabía cuando entré en "Ichido", un local que lleva ya un tiempo pero en el que nunca me había fijado. Se parece -relativamente- a un bar de ramen de Japón, con su barra para gente sola incluída, pero ahí se acaban las similitudes. Una forma de pedir a lo "100 montaditos" que ni me va ni me viene (prefiero los tickets japoneses, pero entiendo que no sea lo más adecuado en otro sitio), y una oferta bastante amplia en cuanto a ramen... que no incluía ninguno con cerdo! Una carta de ramen sin "tonkotsu" es una aberración, pero en serio, vayamos por partes. No entiendo por qué no hay ramen con cerdo, si: a) Es lo más habitual en Japón; b) Es barato; c) El cerdo suele gustar; d) Aquí hay mucho cerdo. No hace falta copiar milimétricamente la receta con huesos de cerdo, pero un par de cortaditas porcinas en vez de la ternera que comí (correosa) le irían mucho mejor. Pero eso no es lo peor. El caldo es agua, con algo de sabor, muy lejos de los caldos japoneses, que alimentan ellos solitos. Los fideos psá, la cantidad justa y el precio algo caro (6-8 euros por bol), especialmente teniendo en cuenta la calidad y cantidad. Para acompañar, pedimos sushi de salmón y atún (ni se te ocurra, el peor arroz de sushi que he probado, dulzón y de textura rarilla) y creo que unas empanadillas asiáticas (psá, pero en fin). Para beber Asahi y agua, me ofrecieron un chupito de sake -caliente y malillo- Veredicto: si quieres tener una remota idea de lo que es el ramen, no vayas. Pero si quieres probar algo nuevo, no te importa que sea tan japonés como yo pepero y tienes 15 euros en el bolsillo con los que no te piensas comprar el nuevo disco de New Pornographers, puedes pasarte por Ichido.
  2. Tastem (Ernest Ferrer, 14) Venía precedido por la etiqueta de "El mejor japonés de València" en algunos foros y webs. Nada más entrar, se nota que estás en un restaurante, con un empaque superior al Manga, pero con una decoración y mantelería discutibles. Una mesa con dos japoneses comiendo una enorme bandeja de sushi me dio confianza, y, en efecto, el sushi estaba muy bueno (salmón, atún y pez mantequilla). La carta te da una de cal y otra de arena (nunca he sabido cuál es la buena y cual la mala, aviso): mientras tienen platos auténticamente japoneses (yakisoba o okonomiyaki), la mayor parte del sushi son idas de olla tremendas, ecir, el equivalente a la paella con chorizo y guisantes. También ofrecen ternera de Kobe (wa-gyu) a unos precios que, aunque caros, es imposible que se correspondan con la verdadera ternera de Kobe. Por una parte está la raza (que sí, puede ser wa-gyu), pero por otra hay que considerar de dónde procede (la carne de EE.UU. o Australia es mucho más barata que la japonesa, al menos en Japón) y qué corte es (el precio puede duplicarse, triplicarse, cuadruplicarse... según si es una buena parte de la vaca o no). No ponen ninguno de estos datos, con lo que, en cierta medida, llevan a engaño a los comensales. La carta de vino es muy escueta, aunque hay algunas referencias interesantes; cervezas hay Kirin, Sapporo y Asahi, ni rastro de mi adorada Yebisu. Pero vamos a la comida: pedimos sushi (poco), sopa de miso, okonomiyaki y tempura de verduras. De postre, creo que brownie. El sushi, bueno, pero muy caro (4 euros el nigiri -como poco- me parece carísimo). La tempura, demasiado aceitosa y no tan ligera como la del Manga (y oh! justo el doble de cara). La sopa de miso, muy buena, y a precio razonable (no como el edamame, que no pedimos porque me parecía insultante que nos cobrasen 6 euros -en el Manga, otra vez, valen la mitad-). El okonomiyaki (que ellos llaman pizza japonesa pero que sería más adecuado calificar como el hijo bastardo de un crepe y una pizza deconstruida)... no era exactamente como me esperaba, aunque tengo que decir que, dado que en cada parte de Japón lo hacen de una forma tampoco puedo ir de purista en este caso. Estaba bueno, pero otra vez, caro, el doble de su precio en Japón (y sin que los ingredientes sean especialmente costosos o difíciles de conseguir, excepto un par que se ponen en poca cantidad). Al final, 35 euros por barba (sin vino, sólo con cerveza y agua), lo que me parece muy caro. Veredicto: un restaurante en el que sí, podrás comer auténtica comida japonesa (buen sushi magníficamente presentado, platos tradicionales difíciles de encontrar) pero que se pasa varios pueblos con algunos precios y desmerece su condición de "auténtico japonés" con determinada parte de la carta.
  3. Manga Sushi Bar (Conde Altea, 13) Y llegamos, ahora sí, al que es en mi opinión el mejor japonés de València. Mejor porque ofrece lo mismo que el Tastem, pero a precios más ajustados, que a veces son la mitad. Mejor porque es japonés sí o sí, y prueba de ello es que en su fachada o nombre no pone "japonés" en ningún momento. Mejor porque lo siento, si voy a un bar de sushi quiero salmón, atún, pulpo, anguila, gambas... Pero no invenciones que sí, pueden estar para chuparse los dedos, pero no son a lo que voy, ni lo que busco. Volví con mis padres y, animado por el hecho de que no estaba restringido al menú del día (muy aconsejable, por otra parte), pedimos: edamame, tempura (buenísima, repetimos), sashimi, makis y nigiris de salmón y atún, y nigiris de anguila (i-m-p-r-e-s-i-o-n-a-n-t-e, igual o mejor que en Japón), tofu, tortilla japonesa, gamba dulce, pez mantequilla y no recuerdo si algo más. De postre, trufas (chocolate y té verde) y helado de té verde. Todo, con 2 botellas de vino, y 3 cervezas nos salió por 45 euros/persona. Barato, no es, pero si lo pienso, sólo separan 10 euros a una comida normalita (Tastem) de un fantástico atracón de sushi (más otros platos, claro), acompañado de vino y cerveza. Veredicto: no es barato, pero si algún día queréis probar buen sushi, buena tempura y otros platos japoneses a un precio razonable, el Manga es vuestro sitio. Prefiero ir cada dos semanas a un sitio así que ir cada semana a comer sushi Ichido style.

jueves, 19 de agosto de 2010

Un mes

Hace que volví, y ahora no para de llover. Yo que fardaba de veranos mediterráneos sin nubes y con sol todo el tiempo, y va y casi es peor esto que la estación lluviosa. Menos mal que tengo los gintonics de mi padre a mano, que si no esto ya no parecería ni verano xD

A todo esto, me quedan al menos tres posts larguitos para colgar, así que permanezcan atentos a sus pantallas, por si se da la casualidad de que sale Zaplana vestido de mono pidiendo perdón por la estafa de Terra Mítica y el Ivex.

jueves, 5 de agosto de 2010

Probando restaurantes japoneses en València

Tenía algo de reparo en empezar a probar restaurantes japoneses una vez de vuelta, tanto por las advertencias de distinta gente aficionada a la comida nipona como por mis experiencias previas. Creo que antes de ir a Japón había comido unas 4-5 piezas de maki-sushi en toda mi vida, en dos noches separadas; a la segunda, me entraban arcadas, así de claro. Debo exceptuar el Aoyama, al que fui dos veces, pero en el que me harté de unos makis de salmón, aguacate y queso de untar que poco tienen que ver con el sushi tradicional. Sin embargo, en Japón me he aficionado no sólo al sushi -en sus distintas variedades- sinó también al sashimi, que es el pescado crudo y punto. Es un auténtico manjar, de textura y sabor incomparables si el corte y la materia prima son buenos.

Bueno, al tema.
  • Sushicru: Quedé con Pau y Neus para unas cervezas y lo que se terciara, y se terció estar al lado del Sushicru (sitio del que Luis, quien ha estado un año en Tokio, me habló bien) y que yo tuviese ya mono de pescadito crudo tras dos semanas sin probarlo. Nos encontramos con unas conocidas de Neus -su red de contactos supera con creces a la de la CIA- y, con una Asahi Superdry en la mano esperamos nuestro turno. Pedimos unas gyozas, unos nigiris (de pez mantequilla, creo) y una tabla de sashimi; yo, aparte, una sopa de miso. Todo estaba bastante bueno (con la excepción de la sopa de miso, algo sosa), y el sashimi aceptablemente cortado. Aunque Pau hablaba maravillas de su salmón de Alcampo, primero tendré de probarlo xD El caso es que salí contento, en absoluto decepcionado y con la sensación de haber encontrado un sitio en el que podía comer un buen sushi. Eso sí, en un local minúsculo, con equipamiento algo limitado e incómodo y un precio bastante elevado para lo que yo estaba acostumbrado en Kyoto. Este punto es importante: probablemente, pagar 16-20 euros por una cena con sashimi variado, sushi, gyozas y cerveza no es especialmente caro en València, pero en Japón te puedes hartar -literalmente- de sushi de igual o mejor calidad por 10 euros. Cosas de un país com cal...
  • Manga Sushi Bar: lo conocí a través del Anuario Gastronómico de Vergara, y ya tenía intención de probarlo, pero al saber que era un sitio que frecuentaba -y recomendaba-Raquel, decidimos ir un día los del departamento a probarlo. El local está decorado con gusto, y si has ido a Japón, seguro que serás capaz de reconocer unas cuantas pinturas y murales al instante. El menú de mediodía son 13 euros -sin bebida-, que me parece un precio ajustado. Por eso, te dan una sopa/crema/ensalada y una tabla con un rollo de mano, 6 makis y 2 nigiris (o un menú tailandés, al que no hice ni caso). Cortado y hecho en el momento, estaba bien preparado -a la vista-, y me gustó probar el rollo de mano (no, no lo había probado). Los makis eran de salmón -que junto con el atún y la viera es de mis preferidos- y estaban buenos, pero sin ser espectaculares; los nigiris de pez mantequilla y pulpo (pelín flojos, una pena porque los prefiero a los makis) y el rollo de mano no me acuerdo, lo siento. La ensalada de atún estaba buena, y como era un poco escasa -era tarde ya- nos incluyeron las gyozas en el menú -estaban buenas-. Con el vino, edamame y un par de postres para 5 (helado de té verde y trufas de chocolate, ambos conseguidos) salimos a menos de 20 euros, lo que me parece una RCP mejor que el Sushicru (aunque sí, una cosa es cenar y otra es comer de "menú", pero es que el Carme es muy cool). Repetiré, seguro, quizás alguno de los menús más largos que tienen, o a la carta.

Que tenga en mente, me falta el Sushihome, probar qué tal lo llevan en el Zen, quizás acercarme al Tokio de al lado de casa y hacer caso a algunas recomendaciones leídas en foros. Es una pena que no haya restaurantes de ramen (que echo de menos mucho más que el sushi) o que platos como el tonkatsu o el curry japonés (facilísimos de hacer) no se oferten como contrapunto carnívoro. Los precios que veo -en webs- tampoco invitan a ir probando cada día; en un bar giratorio de sushi normalillo, 2 nigiris costaban 140 yenes, menos de 1,20 euros al cambio actual; por aquí de 2 euros y pico no bajan, y suele ser una pieza...

De cualquier forma, vuestras opiniones y experiencias son bienvenidas, que seguro que se me escapan sitos!

martes, 27 de julio de 2010

Sobre los sueños

Básicamente, en una semana aquí, he soñado 3 veces con Kyoto. En una, bajaba del Haruka Express, el tren que va del aeropuerto a la estación. La sensación era de estar en casa, y muy agusto. En otro, iba a uno de mis restaurantes de ramen preferidos; me levanté con el sabor de la salsa en la boca. Hoy, me he despertado después de visitar el restaurante de tonkatsu al que me llevó Isabel, y al cual volví un día por mi cuenta, y otro con Paco. Quizás esta noche me toque el bar de sushi giratorio :)

sábado, 17 de julio de 2010

CDG (II)

Estoy ahora en el CDG, esperando el vuelo a València, rodeado de gente bastante rubia, a veces con el pelo rizado y con los ojos muy raros. Algunos intentan hablar por el móvil, pero en realidad lo que parece es que nos cuenten a los demás sus putas vacaciones, que además de tópicas no me importan una mierda; otros, parapetados tras un mostrador de lo más impersonal, te cobran 3,80 euros por una miserable botella de agua, algo que en Japón directamente no se creen; la gente tropieza y apenas sale un murmullo de sus bocas, en el mejor de los casos. Nadie da la bienvenida a su tienda, aún cuando aquí sí que eres tú el que les haces el favor de entrar, entre los precios y las caras que ponen.
Estoy ahora en el CDG, como hace tres meses, y joder, esto se ha pasado muy rápido. Tanto que no sé si equivocarme de avión y desayunar un bol de ramen en la estación de Kyoto.

miércoles, 14 de julio de 2010

Sobre el stand-by

Bueno, sigo con poco, muy poco tiempo, pero a dos días de irme veo que me quedan aún muchísimas cosas que contar de Japón. Así que probablemente, y aunque el gordonauta que escribe esto ya no estará en un país civilizado y lleno de gente fantástica que le costará MUCHO abandonar, seguiré dando la brasa un rato más. Pero me temo que hasta la semana que viene esto estará muy tranquilo. ¡Nos vemos!

sábado, 10 de julio de 2010

Uno rápido

Post, digo. Desde que llegó Pako-sensei tengo menos tiempo que un puercoespín oficinista, así que para que esto no se pare demasiado, a pesar de que me queda una semana, os dejo dos links de fotografía bastante interesantes.

The Japan Photo Project: a recorrerse Japón con dos cámaras y muchas ganas de conocer sitios.
Crónicas de una cámara: envidia. Gente como esta existe, sí. Y encima hacen unas fotos acojonantes. Y yo pensando que aún me había salido algo decente por aquí xD


jueves, 1 de julio de 2010

Y con esta, hago pleno

Me lo dijo Pau, cuando le comenté que me iba a Tokyo a mitad de mayo, y la verdad es que yo no lo había ni pensado. Pero sí, con la Tokyo Tower ya he visto las 3 Torres Eiffel que hay en el mundo: la original, la imitación de Las Vegas –ciudad de cartón piedra donde las haya, en la que nada es genuino y todo es prestado, menos el dinero, que se queda dentro- y la de la capital nipona. La edificaron en 1958, con el propósito de servir de torre de comunicaciones, para lo que escogieron un diseño occidental, pero su impacto mediático no se pudo comparar al de la original. Es, en realidad, un destino turístico algo decrépito y triste, porque la estructura no reviste mayor interés que el de saberse una copia poco estética –a lo que contribuye el horrible colorido rojo y blanco. Sin embargo, de noche presenta una estampa distinta, que hace que merezca la pena detenerse y tomar un par de fotos.


La Torre Eiffel Vegas style: rodeada de anuncios, del Bellagio, Planet Hollywood, Treasure Island... Desde el coche, se me ve en el retrovisor :)


De día, es poco más que un mirador de Tokyo –de pago, así que mejor las oficinas del Gobierno Metropolitano-...


...pero de noche destaca –y mucho- entre los oscuros rascacielos

miércoles, 30 de junio de 2010

Sobre los “Cup Noodles”

Como ya sabéis de mi afición por los desastres apocalípticos y un mundo post-holocausto, no os debería sorprender que guarde reservas de comida por si un día se juntan en Kyoto el terremoto Tokai que está al caer, Gozilla, la armada norcoreana y Rita Barberá. ¿Y qué mejor elección que esta?

Mi estantería, a punto para una hecatombe


Los “Cup Noodle” (en realidad una marca, lo mismo que pasa cuando decimos “Kleenex”) son la prueba definitiva de que los japoneses son el pueblo escogido por Dios, porque mejor maná no imagino. A los israelís les debía tener tirria, porque mira que tantos años a base de maná old style en el desierto no tiene nombre. Después de crear las croquetas de mi madre y la tortilla de patatas y cebolla de mi abuelo, Dios se encontraba exhausto, al haber puesto toda su sabiduría culinaria en esos dos platos. Así que decidió, en su infinita sabiduría, crear algo sencillo y rápido para tomarse viendo el WoH (World of Humans, su particular videojuego) en pantalla de 12.000 km envolvente: los Cup Noodles, ramen deshidratado que aguanta meses y meses sin problemas –excepto si está en la misma habitación que Acebes, entonces al par de días está para tirar, porque los fideos se vuelven psicóticos y no saben si están hechos de morcilla o de lechuga, y mantienen abiertas las dos líneas de investigación para averiguarlo. Y yo, que soy su profeta -Dios está gordo, así que nosotros somos los elegidos, y los mansos que heredarán la tierra, porque ¿cuándo habéis visto a un gordo hiperactivo, aparte de a Dennis Nedry?- he decidido difundir la palabra. Pero antes debo probar su creación, que yo no me lo trago todo –en ese punto Lewinsky y yo nos parecemos- así que, básicamente, y que es de lo que trata este post, he comido todos los tipos de ramen deshidratado de las convenience stores, AKA Kombinis xD


Las creaciones divinas no siempre tienen buen aspecto, pero os garantizo que saben bien

Una cena al salir del trabajo

El otro día Kusuoka-san, un investigador del museo con el que cogí el último autobús que salía hacia la estación de tren, me dijo si quería cenar fuera, que era muy tarde. Le pregunté si no le importaría a su mujer, y me contestó que ella vive cerca de Tokyo, así que se ven muy poco. Me quedé muy sorprendido, pero intenté disimularlo, y le dije que sí, que encantado, porque además eran más de las 8, hubiese llegado a casa a las 9 y no tenía ganas de cocinar. Así que me llevó a un restaurante japonés en las cercanías de la estación de tren de Kusatsu, es decir, un restaurante cualquiera. Por fuera, un enorme escaparate con las réplicas de los platos en plástico me plantearon una decisión difícil, porque me apetecía la anguila (unagi), sushi y sashimi, soba, tempura, tonkatsu, ¡me apetecía todo lo que veía! Así que entramos, nos sentamos, pedimos dos cervezas y brindamos con el típico “Kampai”. Después pedimos, y yo le hice caso: escogí un set de platos pequeños, para probar distintas cosas, el que veis abajo. ¿El precio? 990 yenes, es decir, 9 euros justos ahora que el euro está por los suelos, 7-8 euros hace unos meses. ¿Alguien me puede decir dónde puedo comer –repito: agua y té gratis- algo parecido en València, sentado confortablemente en un espacio semiprivado, por menos de 10 euros? Sencillamente no existe en mi estafa de país, algo más grave aún si recordamos que Japón es un país más desarrollado que España, y en el que el nivel de vida es mayor en todos los aspectos.

Set de restaurante: arroz, sopa de miso, sashimi (vieira y atún), tofu con huevo y setas, espinacas con alubias, tempura (gambas, pimiento, calabacín, patata dulce)

martes, 29 de junio de 2010

La bebida del Imperio

Dicen que Franco bebía Fanta, y por lo visto a Darth Vader le va la Coca-Cola. Y yo, ya puestos, prefiero a un dictador con clase, leds luminosos y superpoderes que un tapón calvo y acomplejado de voz aflautada que sólo sabía firmar sentencias de muerte.


(Visto en Tokyo, como no podía ser de otra forma)

Una noche con final sorpresa

Me doy cuenta de que hasta ahora no había hablado de Isabel y Ari. Isabel es una valenciana que vive en Kyoto, y es la amiga del amigo de una amiga, pero con la que curiosamente tengo otros conocidos en común. Total, que el mundo es un pañuelo, pero de verdad. De momento (aunque es farmacéutica) da clases de castellano (y parece que lo hace bien, porque sus alumnos saben un montón y tiene bastantes), y está casada con Ari, un japonés majísimo que trabaja de investigador en la universidad, y que me ha dejado explicarle con todos los detalles posibles el porqué estoy aquí (pobret meu...). Los dos han sido de lo más hospitalarios y me han ayudado un montón a conocer más la ciudad en la que he vivido ya dos meses; he tenido mucha suerte, sin duda.

He quedado con ella unas cuantas veces, algunas de las cuales también había más personal. Uno de esos días conocí a Pepo (y también a Natalie, su novia francesa que habla más idiomas que Carod), un investigador valenciano que está de postdoc cerca de Nagoya, y con el que también tengo a varios conocidos en común (sí, uno de ellos eres tú, Mosky, que lo de “Entomoloco” del Facebook no se olvida fácil xD).

Pero no es eso a lo que iba. El primer día que quedé con Isabel y Ari, también estaban Geno y César, dos arquitectos valencianos (monopolizamos Kyoto xD) que llevaban bastante en Japón, pero que se iban en unos días. Tras desentumecer mi lengua para hablar algo de castellano en persona y algunas dudas sobre cómo presentarme (Japón te vuelve alérgico al contacto entre tu piel y la del resto de la humaniad), nos fuimos a un izakaya. Después de bastantes platos y bebidas, nos dirigimos a un karaoke, pero en el camino un japonés empieza a saludar –bueno, a gritar- desde un taxi, y Ari se acerca. Es Inoue, un alumno de Isabel, que nos dice que vayamos con él, que va a un bar de Gion a beber y nos invita. Aceptamos, y nos subimos a un taxi enmedio de la calle.

Una vez allí, vemos que Inoue va acompañado por una mujer con kimono y maleta, que no es ni su novia ni una familiar, según parece. Nos indica que subamos al cuarto piso de una finca, en el que una discreta puerta y un hombre con camisa nos dan la bienvenida a un local minúsculo, en el que quizás, como mucho, quepan 10-12 personas. Hay un sofá en forma de “L” en el fondo, algunas sillas y una pequeña barra. Estamos solos, si exceptuamos a dos hombres que no sabemos si son clientes o dueños, y la camarera, una mujer mayor que se parece sospechosamente a una profesora de Biológicas de la UV.

Una vez sentados, se apresuran a sacarnos bebida y snacks. A mi lado, en una silla en vez de en el sofá, se sienta la mujer con Kimono, que me rellena automáticamente el vaso de cerveza cada vez que doy un trago, sin esperar a que lo vacíe. Le pregunto a Isabel si eso de que paga Inoue va en serio, que si no me empiezo a cortar a la hora de beber; me dice que sí, y me despreocupo.

La mujer del kimono participa y activa la conversación, ríe con las gracias de Inoue y nos sirve a todos. Es raro; es como una mujer de compañía, en el mejor de los sentidos. Los dueños/clientes, en un evidente estado de embriaguez, intentan mantener alguna conversación, pero les resulta bastante difícil.

Comentamos que en principio nos dirigíamos a un karaoke... y zas! Traen de inmediato dos pequeñas pantallas táctiles, controles para un juego de karaoke que se activa en la televisión. Nos ponemos a cantar –lo de la cerveza nonstop ayuda-: Isabel se luce cantando en japonés, la mujer del bar nos deja asombrados con su voz, Inoue canta una canción “Julio Iglesias’s style” y yo escojo “A Hard’s Day Night”, que me la sé, y cantamos Geno, César y yo a coro. Ganamos. Después me toca perpetrar una canción que nunca había oído, pero de la que sabía su existencia “Con el Boom Boom de tu corazón”, de Ricky Martin o un sucedáneo veraniego. Para enjuagarme el sabor a verbena de pueblo, me bebo dos vasos de cerveza y canto “Starman”, de Bowie, que me reconcilia con el karaoke.

Poco antes de acabar, alguien menciona algo de sushi, y decimos que estamos llenos, gracias. Pero da igual, porque al cabo de un rato traen una bandeja con una pinta espectacular, que contenía el que hasta la fecha es el mejor sushi que he probado en mi vida. Así que allí me teníais, un gordonauta en un bar semiprivado de Gion, con una mujer de compañía riéndome las gracias en castellano y sirviéndome cerveza, cantando junto a desconocidos y comiendo un salmón y unas gambas que no lo encuentras ni en la lonja a primera hora. ¿Qué faltaba? Pues un recuerdo. Y como estamos en Japón, de la foto que sacó Isabel nos hicieron copias instantáneamente en una impresora que tenían allí mismo –sí, en un bar una impresora fotográfica es algo imprescindible, ¿no?-, una copia para cada uno, con su fundita para que no se estropee.

Y sí, todo gratis. Karaoke gratis, copas gratis, comida gratis. Y una noche que no se me va a olvidar. Como dije al salir: Mare meua!


Recuerdo de una noche inesperada, de izquierda a derecha: un señor calvo ebrio, Ari, Isabel, Inoue, Geno, César con las maracas, un gordo, la mujer de compañía, la camarera)

domingo, 27 de junio de 2010

Sobre la comida de plástico y pedir en los restaurantes

Seguro que os habéis preguntado más de una vez si es muy complicado pedir comida en un restaurante en Japón. La respuesta es NO: es más fácil que en València. Igual creéis que exagero, pero no es así. ¿Cuantas veces os habéis encontrado ante una carta pretendidamente pomposa con nombres demasiado largos, o ante otra trufada de localismos culinarios, o ante tachones y menús anticuados? ¿Cuantas veces habéis tenido que preguntar qué era ese plato, o ese ingrediente, o cuál era el plato del día? ¿Cuantas veces os han servido algo diferente a lo que esperábais, bien porque os habíais confundido al pedir, bien porque el aspecto de lo presentado distaba mucho de cómo es en realidad ese plato -al estilo de Un día de furia-?

Aquí no pasa eso; no puede pasar. Generaría un agujero en el contínuo espacio-tiempo que os enviaría de vuelta a un 2010 alternativo en el que Ana Botella es presidenta de España, Aznar del Madrid y Zaplana cardenal. Aparte de esos detalles, de verdad, es complicado que tengáis ningún malentendido al pedir. ¿Por qué? Pues básicamente porque en el 90% de los bares y restaurantes hay un escaparate en el exterior en el que se muestran reproducciones extremadamente realistas de los platos que se sirve. Por si ello no fuese suficiente, dentro la carta está plagada de fotografías, con lo que sólo hay que señalar lo que se quiere y decir "Kore kudasai" -esto por favor-. No hay que pedir bebida, puesto que el té y agua -fresca- son gratis, no como en la estafa de país al que volveré en algo menos de tres semanas. Y si se quiere cerveza, más fácil que pedir "Biru" -japonización de beer- no hay nada.

En Gante tuve problemas para pedir un helado y un gofre, en inglés, ya que no me entendieron y nos trajeron 3 postres para 2. Que sí, un gordonauta siempre puede hacer el esfuerzo y comérselo, pero con lo caro que estaba todo ya podrían haberse imaginado que aquello era un error. En Brujas, donde comimos y por la tarde nos tomamos un chocolate y pannenkoeken, había que adivinar qué era cada cosa, y no os creáis que el camarero ayudaba. En Japón, han llegado a preguntar a los comensales si alguien sabía inglés, para ayudarme a pedir en un pequeño bar de Iwakuni. Vamos, lo mismo.

Otras facilidades y ventajas: muchos restaurantes tienen timbres en la mesa para llamar al camarero si necesitas algo, te dejan la cuenta al principio de la comida para que pagues a la salida en la caja -nada de esperas con el brazo en alto a que se cobren cuando les dé la gana- y no, no se deja propina. De hecho algunos camareros, cuando en la caja les das a entender que se pueden quedar con el cambio -porque es sólo morralla, unos pocos yenes que casi estorban más que otra cosa en el bolsillo, y que da hasta cosas esperar a que te los devuelvan-, no saben qué hacer, así que acabas cogiendo las monedas y sonriendo.



Un escaparate cualquiera de un restaurante cualquiera, en el centro de Kyoto

En cuclillas

Lo había leído, y había visto fotos, pero pensaba que eran cuatro raritos que no sabían sentarse o esperar de pie. Ahora bien, si tenemos en cuenta el estilo de sus váteres, pues tiene algo de sentido. Total, que eso de encontrarse a la gente conversando, esperando al autobús o hablando con el teléfono es más normal de lo que parece... Aquí os dejo algunos ejemplos.


Esperando a que el semáforo se ponga en verde, cerca del templo Tofuku-ji.



¿Para qué vamos a montar una mesa y hablar de pie si podemos estar de cuclillas y poner las cosas sobre el suelo? Mercado Kobo-san en el templo Toji, que se celebra los 21 de cada mes.



Hablando por teléfono, guardia de seguridad en el templo Toji.

lunes, 21 de junio de 2010

Música para un viaje

Me acuerdo de 3 veranos consecutivos (2000, 2001 y 2002) en los que hice 3 viajes fantásticos con mis padres a Londres, París y Ámsterdam. No fueron 4 días en Touroperador; tanto en Londres como París tenemos familia y pudimos quedarnos casi dos semanas, a pesar de que yo no era precisamente un adolescente que se pudiese meter en cualquier sofá-cama. Y me acuerdo de que tenía ganas de ir en tren, y que no me importaba que el viaje durase más de 24 horas, porque eso significaba que iba a poder escuchar un montón de música. En Londres tenía aún un reproductor de CD portátil, y estuve pensando desde varios días antes qué me llevaba (me cabían unos 15 CDs en la funda). Siempre es lo que más tiempo me lleva de un viaje, ahora con los CDs para el coche: escogerlos. Aunque algunas suertudas tienen conexión USB, eh? ;) La maleta la hago enseguida; los libros y discos me cuestan horas.

En Londres estaba en plena época nu-metalera (apunte: ha muerto el bajista de Slipknot, aún ha durado más de lo esperado), iba con el pelo largo, camisetas de malo malote (Slipknot y su people=shit, System of a Down y su fuck the people, Korn y sus cremalleras por boca...) y pantalones extra-anchos que realzaban mi por entonces desmesurada figura gordonautil.

En París ya tenía el Minidisc, un formato que a pesar de no despegar, de múltiples chistes por internet y de su elevadísimo precio (que yo rebajé en 15.000 pesetas comprándomelo en Andorra) no hubiese muerto de no llegar el MP3, porque, de hecho, era una especie de MP3. Yo me compré el primer modelo de Sony que incluía una compresión similar a un MP3, con lo que en el tamaño que ocupaba una cinta (90 minutos) podías meter alrededor de 800-1000 minutos en 4 minidiscs, en calidad similar (o mejor) que un MP3. Aparte de ello, grababa, tenía unos auriculares espectaculares con todo tipo de controles, no perdía calidad con los regrabados, aceptaba entrada óptica y me hubiese durado mucho más si no llego a lanzarlo por todo el vestíbulo de Farmacia en plan olímpico hace unos años. Lo cruzó entero. El coste de la reparación –Sony, por tocar cualquier cosa tuya, te cobraba 60 euros- y el auge de los MP3 me hicieron desistir de prolongar su vida. Tras un tiempo volviendo a usar el CD portátil, el regalo de un cumpleaños se materializó en forma de Ipod sorpresa (sobre todo porque era ya junio xD) y desde entonces los de la manzanita tienen toda mi devoción en lo que a aparatejos reproductores de música se refiere. Son más complicados de gestionar, si, ¿pero y lo bonitos que son? Fuera coñas, el Ipod nano (el Ipod valenciano) acabó con la indecisión de la música para los viajes.
Me acuerdo de que allí, en París, escuchaba Portishead mientras leía un libro de ciencia ficción algo psicodélica y ciberpunk, pero también empezaba a descubrir a los New Pornographers, o los Sights, o Modest Mouse y creo que no llevaba ya nada de metal en la maleta.

Bueno, me pierdo, que yo quería hablar de lo que he estado escuchando en Japón durante mis 10 días de viaje. Obviamente he seleccionado algunos de los discos que he reproducido más de una vez, o los se han quedado ligados a algún recuerdo en particular.

Johnny Cash – Live at St. Quentin (1968): ¿El mejor directo de la historia? Probablemente. Para mí, es mi viaje en tren a Takayama. Johnny Cash , un año después de revolucionar la música con su directo desde la Folsom Prison, vuelve a grabar un directo carcelario con canciones de amor, de violencia, de humor. Aquí no está tan nervioso com un año antes, y además ya se ha casado con June Carter, que también salta al escenario en algunas canciones. Vuelve a hacer la broma del agua, y vuelve a tener gracia; sigo riéndome cada vez que escucho “A boy named Sue” (reírse con una canción es algo muy difícil, que me pasa muy pocas veces), “St. Quentin”, con bis inmediato, no se hace pesada, y en la edición no censurada (la que tengo), están todas las bromas, insultos y comentarios. Cada parón entre canción y canción es una pequeña historia... “¡I was just picking flowers!”

Stephen Malkmus & The Jicks – Real Emotional Trash (2008): ¿Por qué este es uno de los 5 mejores discos de 2008 – si no el mejor- y el de Spiral Stairs uno de los 5 mejores de 2009? La respuesta sólo contiene una palabra: Pavement. El grupo más grande de los 90 no quedó en nada, y sus integrantes siguen regalándonos obras maestras con cada disco. Aquí hay tensión, hay historias, hay riesgo, hay crudeza y hay belleza. Siempre lo asociaré a Iwakuni y Yamaguchi, y a la sonrisa que involuntariamente ponía en el comienzo de cada canción, sabiendo que escuchaba algo único.

Josh Rouse – Nashville (2005): Después del monumental 1972 (2004), que debería figurar sin duda entre los 25 mejores álbumes de la década, sacó este “Nashville” que no tiene, para nada, ningún tinte de sonido Nashville, sinó que es totalmente continuista con su predecesor, pop de muchos y valiosos quilates (como les gusta decir a los críticos). Obviamente, resulta muy difícil mantener el listón, pero es un disco maravilloso, alegre, muy Rouse, con estupendas melodías y arreglos, y definitivamente muy disfrutable. Con los primeros acordes te saca la sonrisa.

Brahms – 4ª sinfonía (1885; versión de L. Bernstein con la Filarmónica de Viena, 1983): Leí en un folleto, cuando fui a oírla, que a los críticos de la época les disgustó mucho, especialmente el primer movimiento, que alguno describió como “dos hombres forzudos zarandeándome”. A mí me parece uno de los más bellos y emocionantes que he escuchado nunca. Es una de mis sinfonías favoritas; no tiene bajones, ni rellenos ni esperas inútiles para llegar a un clímax forzado; sólo belleza y fuerza.

Amalia Rodrigues – Recopilatorio (2009): Me lo puse en el parque de la paz de Hiroshima, y depende de qué visión se tenga, es una excelente o pésima elección. Pasear por un lugar cuya memoria es la devastación y el horror escuchando fados puede llegar a ser demasiado. Una buena recopilación que compré a ciegas, en Porto, que no suelo escuchar entera (por la duración), pero que definitivamente vale la pena para iniciarse (algo) en el mundo de los fados.

François Breut – A l’aveuglette (2008): buen disco, con un espectacular comienzo, para paladear mientras tu tren se dirige a Tokyo a 300 km/h.