sábado, 20 de noviembre de 2010
3D
jueves, 18 de noviembre de 2010
El zapatero del trabajo
En Japón, al volver de muestrar, tu lugar de trabajo permanecía limpio, puesto que dejabas a la entrada las botas enfangadas; además, tenían una zona exterior en la que limpiar el material (redes, vadeadores, cubos) algo que aquí echo mucho en falta. O por ejemplo, al ir a comer enmedio de un día de muestreo, en Kanazawa, Takahiro se empeñó en ir a un restaurante decente (no como aquí, que comemos cualquier cosa de forma rápida), y yo me opuse debido al lamentable aspecto que presentaba. Él me miró y me dijo: No problem! Entramos al sitio, con suelo de madera, nos descalzamos en un pequeño recibidor y nos dieron unas chanclas. Fuera de la mesa se quedó el barro y no nos tuvimos que preocupar por poner perdido el restaurante, además de la comodidad que supone quitarse las botas en un día en el que te lo pasas metido en charcos y barrizales.
Total: que tontería, poca, es de lo más útil en un museo de ciencias naturales de un país lluvioso. Por cierto, ¿adivináis cuales son mis botas de montaña?
martes, 16 de noviembre de 2010
Sobre el anuncio de Ono y las excursiones de escolares
Sí, los niños siempre van con un gorrito o sombrero (y uniformados), al menos cuando van por la calle en horario escolar. Además, hay variedad de sombreros, supongo que para no confundirse en las mareas de locos bajitos que se originan en sitios muy concurridos. Sin embargo, mi encuentro con uno de estos grupos lo tuve en Kanazawa, mientras tomaba unas muestras de agua en unos arrozales de las afueras de la ciudad. De pronto mi lugar de trabajo se vio invadido por una horda de niños y niñas, quienes, a pesar de la disciplina que intentaba imponer el profesor, se dispersaron rápidamente por los bancales. Algunos tomaban apuntes en una libreta, presumiblemente sobre las variables ambientales y limnológicas del ecosistema. Me pareció increíble -fantástico- que los alumnos se iniciasen tan pronto en un camino que a mí me había costado 25 años empezar.
Y en esas estaba yo -botas enfangadas, manos empapadas, camiseta sudada- cuando se acercaron un par de niñas monísimas que me preguntaron qué estaba haciendo. Supongo que pensaron que estaba en un lugar tan alejado de los circuitos turísticos, que por fuerza debía llevar un tiempo en el país y saber japonés. O no pensaron nada y simplemente preguntaron. Yo levanté las cejas y sonreí, pero afortunadamente Takahiro (el profesor de universidad que nos acompañaba), empezó a contestarles; sólo entendí las palabras "agua" "español" e "investigación". Las niñas se pusieron a aplaudir emocionadísimas, y durante unos cuantos minutos -hasta que tuvieron que irse- se quedaron mirando, muy atentamente, todo aquello que yo hacía (medir el pH, temperatura y conductividad del agua, filtrar con una jeringuilla...).
Y me pregunto yo, ¿si unos niños españoles se encuentran con un investigador japonés que estudia los arrozales, se les iluminaría la cara así? Me alegraron la tarde, y ahora, gracias a Ono, me acuerdo de ellas y os lo cuento a vosotros.
lunes, 15 de noviembre de 2010
El dispensador automático de naranjas
Estaba yo caminando con Mark (quien trabajaba en el museo) y Mark (amigo del Mark del museo) cerca de Nara, entre monumentos, bosques, templos y bancales, cuando vi el rudimentario escaparate de la foto. Un poco atónito, les pregunté dónde estaba la persona que lo antendía, puesto que no se veía a nadie en todo el camino. La respuesta, que os la estaréis imaginando, era que no había persona alguna que se encargase de venderte las naranjas. Simplemente confiaban en que pagases por aquello que te llevabas, sin preocuparse de que no cogieses más de lo debido y dejases las monedas pertinentes. ¿Alguien se imagina cuánto tiempo durarían esas naranjas en España, si ya en las tiendas vigiladas desaparecen?
A los tres meses, ya había visto muchos más escaparates con autodispensador de mercancías (incluso en ciudades). Y qué queréis que os diga, son más bonitos y más baratos que las vending machines. Y, sobretodo, hablan maravillas del país en el que los encontré.
domingo, 10 de octubre de 2010
Probando otros dos restaurantes japoneses (y repitiendo en el Manga)
- Ichido (Plaza del Ayuntamiento). Lo comentaba con Luis, y le ha pasado a otra gente: yo volvía de Japón, y en el avión pensaba en cómo iba a echar de menos determinada comida japonesa... que no era el sushi. Vivo en una ciudad con el mar a un tiro de piedra, y es sólo cuestión de buscar sitios, porque materia prima habrá. No, pensaba en el ramen, los fideos en caldo, una de las maravillas gastronómicas de este planeta. Venía preocupado por no poder encontrar nada parecido aquí, y, efectivamente, no hay nada parecido, pero yo no lo sabía cuando entré en "Ichido", un local que lleva ya un tiempo pero en el que nunca me había fijado. Se parece -relativamente- a un bar de ramen de Japón, con su barra para gente sola incluída, pero ahí se acaban las similitudes. Una forma de pedir a lo "100 montaditos" que ni me va ni me viene (prefiero los tickets japoneses, pero entiendo que no sea lo más adecuado en otro sitio), y una oferta bastante amplia en cuanto a ramen... que no incluía ninguno con cerdo! Una carta de ramen sin "tonkotsu" es una aberración, pero en serio, vayamos por partes. No entiendo por qué no hay ramen con cerdo, si: a) Es lo más habitual en Japón; b) Es barato; c) El cerdo suele gustar; d) Aquí hay mucho cerdo. No hace falta copiar milimétricamente la receta con huesos de cerdo, pero un par de cortaditas porcinas en vez de la ternera que comí (correosa) le irían mucho mejor. Pero eso no es lo peor. El caldo es agua, con algo de sabor, muy lejos de los caldos japoneses, que alimentan ellos solitos. Los fideos psá, la cantidad justa y el precio algo caro (6-8 euros por bol), especialmente teniendo en cuenta la calidad y cantidad. Para acompañar, pedimos sushi de salmón y atún (ni se te ocurra, el peor arroz de sushi que he probado, dulzón y de textura rarilla) y creo que unas empanadillas asiáticas (psá, pero en fin). Para beber Asahi y agua, me ofrecieron un chupito de sake -caliente y malillo- Veredicto: si quieres tener una remota idea de lo que es el ramen, no vayas. Pero si quieres probar algo nuevo, no te importa que sea tan japonés como yo pepero y tienes 15 euros en el bolsillo con los que no te piensas comprar el nuevo disco de New Pornographers, puedes pasarte por Ichido.
- Tastem (Ernest Ferrer, 14) Venía precedido por la etiqueta de "El mejor japonés de València" en algunos foros y webs. Nada más entrar, se nota que estás en un restaurante, con un empaque superior al Manga, pero con una decoración y mantelería discutibles. Una mesa con dos japoneses comiendo una enorme bandeja de sushi me dio confianza, y, en efecto, el sushi estaba muy bueno (salmón, atún y pez mantequilla). La carta te da una de cal y otra de arena (nunca he sabido cuál es la buena y cual la mala, aviso): mientras tienen platos auténticamente japoneses (yakisoba o okonomiyaki), la mayor parte del sushi son idas de olla tremendas, ecir, el equivalente a la paella con chorizo y guisantes. También ofrecen ternera de Kobe (wa-gyu) a unos precios que, aunque caros, es imposible que se correspondan con la verdadera ternera de Kobe. Por una parte está la raza (que sí, puede ser wa-gyu), pero por otra hay que considerar de dónde procede (la carne de EE.UU. o Australia es mucho más barata que la japonesa, al menos en Japón) y qué corte es (el precio puede duplicarse, triplicarse, cuadruplicarse... según si es una buena parte de la vaca o no). No ponen ninguno de estos datos, con lo que, en cierta medida, llevan a engaño a los comensales. La carta de vino es muy escueta, aunque hay algunas referencias interesantes; cervezas hay Kirin, Sapporo y Asahi, ni rastro de mi adorada Yebisu. Pero vamos a la comida: pedimos sushi (poco), sopa de miso, okonomiyaki y tempura de verduras. De postre, creo que brownie. El sushi, bueno, pero muy caro (4 euros el nigiri -como poco- me parece carísimo). La tempura, demasiado aceitosa y no tan ligera como la del Manga (y oh! justo el doble de cara). La sopa de miso, muy buena, y a precio razonable (no como el edamame, que no pedimos porque me parecía insultante que nos cobrasen 6 euros -en el Manga, otra vez, valen la mitad-). El okonomiyaki (que ellos llaman pizza japonesa pero que sería más adecuado calificar como el hijo bastardo de un crepe y una pizza deconstruida)... no era exactamente como me esperaba, aunque tengo que decir que, dado que en cada parte de Japón lo hacen de una forma tampoco puedo ir de purista en este caso. Estaba bueno, pero otra vez, caro, el doble de su precio en Japón (y sin que los ingredientes sean especialmente costosos o difíciles de conseguir, excepto un par que se ponen en poca cantidad). Al final, 35 euros por barba (sin vino, sólo con cerveza y agua), lo que me parece muy caro. Veredicto: un restaurante en el que sí, podrás comer auténtica comida japonesa (buen sushi magníficamente presentado, platos tradicionales difíciles de encontrar) pero que se pasa varios pueblos con algunos precios y desmerece su condición de "auténtico japonés" con determinada parte de la carta.
- Manga Sushi Bar (Conde Altea, 13) Y llegamos, ahora sí, al que es en mi opinión el mejor japonés de València. Mejor porque ofrece lo mismo que el Tastem, pero a precios más ajustados, que a veces son la mitad. Mejor porque es japonés sí o sí, y prueba de ello es que en su fachada o nombre no pone "japonés" en ningún momento. Mejor porque lo siento, si voy a un bar de sushi quiero salmón, atún, pulpo, anguila, gambas... Pero no invenciones que sí, pueden estar para chuparse los dedos, pero no son a lo que voy, ni lo que busco. Volví con mis padres y, animado por el hecho de que no estaba restringido al menú del día (muy aconsejable, por otra parte), pedimos: edamame, tempura (buenísima, repetimos), sashimi, makis y nigiris de salmón y atún, y nigiris de anguila (i-m-p-r-e-s-i-o-n-a-n-t-e, igual o mejor que en Japón), tofu, tortilla japonesa, gamba dulce, pez mantequilla y no recuerdo si algo más. De postre, trufas (chocolate y té verde) y helado de té verde. Todo, con 2 botellas de vino, y 3 cervezas nos salió por 45 euros/persona. Barato, no es, pero si lo pienso, sólo separan 10 euros a una comida normalita (Tastem) de un fantástico atracón de sushi (más otros platos, claro), acompañado de vino y cerveza. Veredicto: no es barato, pero si algún día queréis probar buen sushi, buena tempura y otros platos japoneses a un precio razonable, el Manga es vuestro sitio. Prefiero ir cada dos semanas a un sitio así que ir cada semana a comer sushi Ichido style.
jueves, 19 de agosto de 2010
Un mes
A todo esto, me quedan al menos tres posts larguitos para colgar, así que permanezcan atentos a sus pantallas, por si se da la casualidad de que sale Zaplana vestido de mono pidiendo perdón por la estafa de Terra Mítica y el Ivex.
jueves, 5 de agosto de 2010
Probando restaurantes japoneses en València
Bueno, al tema.
- Sushicru: Quedé con Pau y Neus para unas cervezas y lo que se terciara, y se terció estar al lado del Sushicru (sitio del que Luis, quien ha estado un año en Tokio, me habló bien) y que yo tuviese ya mono de pescadito crudo tras dos semanas sin probarlo. Nos encontramos con unas conocidas de Neus -su red de contactos supera con creces a la de la CIA- y, con una Asahi Superdry en la mano esperamos nuestro turno. Pedimos unas gyozas, unos nigiris (de pez mantequilla, creo) y una tabla de sashimi; yo, aparte, una sopa de miso. Todo estaba bastante bueno (con la excepción de la sopa de miso, algo sosa), y el sashimi aceptablemente cortado. Aunque Pau hablaba maravillas de su salmón de Alcampo, primero tendré de probarlo xD El caso es que salí contento, en absoluto decepcionado y con la sensación de haber encontrado un sitio en el que podía comer un buen sushi. Eso sí, en un local minúsculo, con equipamiento algo limitado e incómodo y un precio bastante elevado para lo que yo estaba acostumbrado en Kyoto. Este punto es importante: probablemente, pagar 16-20 euros por una cena con sashimi variado, sushi, gyozas y cerveza no es especialmente caro en València, pero en Japón te puedes hartar -literalmente- de sushi de igual o mejor calidad por 10 euros. Cosas de un país com cal...
- Manga Sushi Bar: lo conocí a través del Anuario Gastronómico de Vergara, y ya tenía intención de probarlo, pero al saber que era un sitio que frecuentaba -y recomendaba-Raquel, decidimos ir un día los del departamento a probarlo. El local está decorado con gusto, y si has ido a Japón, seguro que serás capaz de reconocer unas cuantas pinturas y murales al instante. El menú de mediodía son 13 euros -sin bebida-, que me parece un precio ajustado. Por eso, te dan una sopa/crema/ensalada y una tabla con un rollo de mano, 6 makis y 2 nigiris (o un menú tailandés, al que no hice ni caso). Cortado y hecho en el momento, estaba bien preparado -a la vista-, y me gustó probar el rollo de mano (no, no lo había probado). Los makis eran de salmón -que junto con el atún y la viera es de mis preferidos- y estaban buenos, pero sin ser espectaculares; los nigiris de pez mantequilla y pulpo (pelín flojos, una pena porque los prefiero a los makis) y el rollo de mano no me acuerdo, lo siento. La ensalada de atún estaba buena, y como era un poco escasa -era tarde ya- nos incluyeron las gyozas en el menú -estaban buenas-. Con el vino, edamame y un par de postres para 5 (helado de té verde y trufas de chocolate, ambos conseguidos) salimos a menos de 20 euros, lo que me parece una RCP mejor que el Sushicru (aunque sí, una cosa es cenar y otra es comer de "menú", pero es que el Carme es muy cool). Repetiré, seguro, quizás alguno de los menús más largos que tienen, o a la carta.
Que tenga en mente, me falta el Sushihome, probar qué tal lo llevan en el Zen, quizás acercarme al Tokio de al lado de casa y hacer caso a algunas recomendaciones leídas en foros. Es una pena que no haya restaurantes de ramen (que echo de menos mucho más que el sushi) o que platos como el tonkatsu o el curry japonés (facilísimos de hacer) no se oferten como contrapunto carnívoro. Los precios que veo -en webs- tampoco invitan a ir probando cada día; en un bar giratorio de sushi normalillo, 2 nigiris costaban 140 yenes, menos de 1,20 euros al cambio actual; por aquí de 2 euros y pico no bajan, y suele ser una pieza...
De cualquier forma, vuestras opiniones y experiencias son bienvenidas, que seguro que se me escapan sitos!
martes, 27 de julio de 2010
Sobre los sueños
sábado, 17 de julio de 2010
CDG (II)
Estoy ahora en el CDG, como hace tres meses, y joder, esto se ha pasado muy rápido. Tanto que no sé si equivocarme de avión y desayunar un bol de ramen en la estación de Kyoto.
miércoles, 14 de julio de 2010
Sobre el stand-by
sábado, 10 de julio de 2010
Uno rápido
The Japan Photo Project: a recorrerse Japón con dos cámaras y muchas ganas de conocer sitios.
Crónicas de una cámara: envidia. Gente como esta existe, sí. Y encima hacen unas fotos acojonantes. Y yo pensando que aún me había salido algo decente por aquí xD
jueves, 1 de julio de 2010
Y con esta, hago pleno
La Torre Eiffel Vegas style: rodeada de anuncios, del Bellagio, Planet Hollywood, Treasure Island... Desde el coche, se me ve en el retrovisor :)
De día, es poco más que un mirador de Tokyo –de pago, así que mejor las oficinas del Gobierno Metropolitano-...
...pero de noche destaca –y mucho- entre los oscuros rascacielos
miércoles, 30 de junio de 2010
Sobre los “Cup Noodles”
Mi estantería, a punto para una hecatombe
Los “Cup Noodle” (en realidad una marca, lo mismo que pasa cuando decimos “Kleenex”) son la prueba definitiva de que los japoneses son el pueblo escogido por Dios, porque mejor maná no imagino. A los israelís les debía tener tirria, porque mira que tantos años a base de maná old style en el desierto no tiene nombre. Después de crear las croquetas de mi madre y la tortilla de patatas y cebolla de mi abuelo, Dios se encontraba exhausto, al haber puesto toda su sabiduría culinaria en esos dos platos. Así que decidió, en su infinita sabiduría, crear algo sencillo y rápido para tomarse viendo el WoH (World of Humans, su particular videojuego) en pantalla de 12.000 km envolvente: los Cup Noodles, ramen deshidratado que aguanta meses y meses sin problemas –excepto si está en la misma habitación que Acebes, entonces al par de días está para tirar, porque los fideos se vuelven psicóticos y no saben si están hechos de morcilla o de lechuga, y mantienen abiertas las dos líneas de investigación para averiguarlo. Y yo, que soy su profeta -Dios está gordo, así que nosotros somos los elegidos, y los mansos que heredarán la tierra, porque ¿cuándo habéis visto a un gordo hiperactivo, aparte de a Dennis Nedry?- he decidido difundir la palabra. Pero antes debo probar su creación, que yo no me lo trago todo –en ese punto Lewinsky y yo nos parecemos- así que, básicamente, y que es de lo que trata este post, he comido todos los tipos de ramen deshidratado de las convenience stores, AKA Kombinis xD
Las creaciones divinas no siempre tienen buen aspecto, pero os garantizo que saben bien
Una cena al salir del trabajo
Set de restaurante: arroz, sopa de miso, sashimi (vieira y atún), tofu con huevo y setas, espinacas con alubias, tempura (gambas, pimiento, calabacín, patata dulce)
martes, 29 de junio de 2010
La bebida del Imperio
Una noche con final sorpresa
He quedado con ella unas cuantas veces, algunas de las cuales también había más personal. Uno de esos días conocí a Pepo (y también a Natalie, su novia francesa que habla más idiomas que Carod), un investigador valenciano que está de postdoc cerca de Nagoya, y con el que también tengo a varios conocidos en común (sí, uno de ellos eres tú, Mosky, que lo de “Entomoloco” del Facebook no se olvida fácil xD).
Pero no es eso a lo que iba. El primer día que quedé con Isabel y Ari, también estaban Geno y César, dos arquitectos valencianos (monopolizamos Kyoto xD) que llevaban bastante en Japón, pero que se iban en unos días. Tras desentumecer mi lengua para hablar algo de castellano en persona y algunas dudas sobre cómo presentarme (Japón te vuelve alérgico al contacto entre tu piel y la del resto de la humaniad), nos fuimos a un izakaya. Después de bastantes platos y bebidas, nos dirigimos a un karaoke, pero en el camino un japonés empieza a saludar –bueno, a gritar- desde un taxi, y Ari se acerca. Es Inoue, un alumno de Isabel, que nos dice que vayamos con él, que va a un bar de Gion a beber y nos invita. Aceptamos, y nos subimos a un taxi enmedio de la calle.
Una vez allí, vemos que Inoue va acompañado por una mujer con kimono y maleta, que no es ni su novia ni una familiar, según parece. Nos indica que subamos al cuarto piso de una finca, en el que una discreta puerta y un hombre con camisa nos dan la bienvenida a un local minúsculo, en el que quizás, como mucho, quepan 10-12 personas. Hay un sofá en forma de “L” en el fondo, algunas sillas y una pequeña barra. Estamos solos, si exceptuamos a dos hombres que no sabemos si son clientes o dueños, y la camarera, una mujer mayor que se parece sospechosamente a una profesora de Biológicas de la UV.
Una vez sentados, se apresuran a sacarnos bebida y snacks. A mi lado, en una silla en vez de en el sofá, se sienta la mujer con Kimono, que me rellena automáticamente el vaso de cerveza cada vez que doy un trago, sin esperar a que lo vacíe. Le pregunto a Isabel si eso de que paga Inoue va en serio, que si no me empiezo a cortar a la hora de beber; me dice que sí, y me despreocupo.
La mujer del kimono participa y activa la conversación, ríe con las gracias de Inoue y nos sirve a todos. Es raro; es como una mujer de compañía, en el mejor de los sentidos. Los dueños/clientes, en un evidente estado de embriaguez, intentan mantener alguna conversación, pero les resulta bastante difícil.
Comentamos que en principio nos dirigíamos a un karaoke... y zas! Traen de inmediato dos pequeñas pantallas táctiles, controles para un juego de karaoke que se activa en la televisión. Nos ponemos a cantar –lo de la cerveza nonstop ayuda-: Isabel se luce cantando en japonés, la mujer del bar nos deja asombrados con su voz, Inoue canta una canción “Julio Iglesias’s style” y yo escojo “A Hard’s Day Night”, que me la sé, y cantamos Geno, César y yo a coro. Ganamos. Después me toca perpetrar una canción que nunca había oído, pero de la que sabía su existencia “Con el Boom Boom de tu corazón”, de Ricky Martin o un sucedáneo veraniego. Para enjuagarme el sabor a verbena de pueblo, me bebo dos vasos de cerveza y canto “Starman”, de Bowie, que me reconcilia con el karaoke.
Poco antes de acabar, alguien menciona algo de sushi, y decimos que estamos llenos, gracias. Pero da igual, porque al cabo de un rato traen una bandeja con una pinta espectacular, que contenía el que hasta la fecha es el mejor sushi que he probado en mi vida. Así que allí me teníais, un gordonauta en un bar semiprivado de Gion, con una mujer de compañía riéndome las gracias en castellano y sirviéndome cerveza, cantando junto a desconocidos y comiendo un salmón y unas gambas que no lo encuentras ni en la lonja a primera hora. ¿Qué faltaba? Pues un recuerdo. Y como estamos en Japón, de la foto que sacó Isabel nos hicieron copias instantáneamente en una impresora que tenían allí mismo –sí, en un bar una impresora fotográfica es algo imprescindible, ¿no?-, una copia para cada uno, con su fundita para que no se estropee.
Y sí, todo gratis. Karaoke gratis, copas gratis, comida gratis. Y una noche que no se me va a olvidar. Como dije al salir: Mare meua!
Recuerdo de una noche inesperada, de izquierda a derecha: un señor calvo ebrio, Ari, Isabel, Inoue, Geno, César con las maracas, un gordo, la mujer de compañía, la camarera)
domingo, 27 de junio de 2010
Sobre la comida de plástico y pedir en los restaurantes
Aquí no pasa eso; no puede pasar. Generaría un agujero en el contínuo espacio-tiempo que os enviaría de vuelta a un 2010 alternativo en el que Ana Botella es presidenta de España, Aznar del Madrid y Zaplana cardenal. Aparte de esos detalles, de verdad, es complicado que tengáis ningún malentendido al pedir. ¿Por qué? Pues básicamente porque en el 90% de los bares y restaurantes hay un escaparate en el exterior en el que se muestran reproducciones extremadamente realistas de los platos que se sirve. Por si ello no fuese suficiente, dentro la carta está plagada de fotografías, con lo que sólo hay que señalar lo que se quiere y decir "Kore kudasai" -esto por favor-. No hay que pedir bebida, puesto que el té y agua -fresca- son gratis, no como en la estafa de país al que volveré en algo menos de tres semanas. Y si se quiere cerveza, más fácil que pedir "Biru" -japonización de beer- no hay nada.
En Gante tuve problemas para pedir un helado y un gofre, en inglés, ya que no me entendieron y nos trajeron 3 postres para 2. Que sí, un gordonauta siempre puede hacer el esfuerzo y comérselo, pero con lo caro que estaba todo ya podrían haberse imaginado que aquello era un error. En Brujas, donde comimos y por la tarde nos tomamos un chocolate y pannenkoeken, había que adivinar qué era cada cosa, y no os creáis que el camarero ayudaba. En Japón, han llegado a preguntar a los comensales si alguien sabía inglés, para ayudarme a pedir en un pequeño bar de Iwakuni. Vamos, lo mismo.
Otras facilidades y ventajas: muchos restaurantes tienen timbres en la mesa para llamar al camarero si necesitas algo, te dejan la cuenta al principio de la comida para que pagues a la salida en la caja -nada de esperas con el brazo en alto a que se cobren cuando les dé la gana- y no, no se deja propina. De hecho algunos camareros, cuando en la caja les das a entender que se pueden quedar con el cambio -porque es sólo morralla, unos pocos yenes que casi estorban más que otra cosa en el bolsillo, y que da hasta cosas esperar a que te los devuelvan-, no saben qué hacer, así que acabas cogiendo las monedas y sonriendo.
En cuclillas
lunes, 21 de junio de 2010
Música para un viaje
En Londres estaba en plena época nu-metalera (apunte: ha muerto el bajista de Slipknot, aún ha durado más de lo esperado), iba con el pelo largo, camisetas de malo malote (Slipknot y su people=shit, System of a Down y su fuck the people, Korn y sus cremalleras por boca...) y pantalones extra-anchos que realzaban mi por entonces desmesurada figura gordonautil.
En París ya tenía el Minidisc, un formato que a pesar de no despegar, de múltiples chistes por internet y de su elevadísimo precio (que yo rebajé en 15.000 pesetas comprándomelo en Andorra) no hubiese muerto de no llegar el MP3, porque, de hecho, era una especie de MP3. Yo me compré el primer modelo de Sony que incluía una compresión similar a un MP3, con lo que en el tamaño que ocupaba una cinta (90 minutos) podías meter alrededor de 800-1000 minutos en 4 minidiscs, en calidad similar (o mejor) que un MP3. Aparte de ello, grababa, tenía unos auriculares espectaculares con todo tipo de controles, no perdía calidad con los regrabados, aceptaba entrada óptica y me hubiese durado mucho más si no llego a lanzarlo por todo el vestíbulo de Farmacia en plan olímpico hace unos años. Lo cruzó entero. El coste de la reparación –Sony, por tocar cualquier cosa tuya, te cobraba 60 euros- y el auge de los MP3 me hicieron desistir de prolongar su vida. Tras un tiempo volviendo a usar el CD portátil, el regalo de un cumpleaños se materializó en forma de Ipod sorpresa (sobre todo porque era ya junio xD) y desde entonces los de la manzanita tienen toda mi devoción en lo que a aparatejos reproductores de música se refiere. Son más complicados de gestionar, si, ¿pero y lo bonitos que son? Fuera coñas, el Ipod nano (el Ipod valenciano) acabó con la indecisión de la música para los viajes.
Me acuerdo de que allí, en París, escuchaba Portishead mientras leía un libro de ciencia ficción algo psicodélica y ciberpunk, pero también empezaba a descubrir a los New Pornographers, o los Sights, o Modest Mouse y creo que no llevaba ya nada de metal en la maleta.
Bueno, me pierdo, que yo quería hablar de lo que he estado escuchando en Japón durante mis 10 días de viaje. Obviamente he seleccionado algunos de los discos que he reproducido más de una vez, o los se han quedado ligados a algún recuerdo en particular.
Johnny Cash – Live at St. Quentin (1968): ¿El mejor directo de la historia? Probablemente. Para mí, es mi viaje en tren a Takayama. Johnny Cash , un año después de revolucionar la música con su directo desde la Folsom Prison, vuelve a grabar un directo carcelario con canciones de amor, de violencia, de humor. Aquí no está tan nervioso com un año antes, y además ya se ha casado con June Carter, que también salta al escenario en algunas canciones. Vuelve a hacer la broma del agua, y vuelve a tener gracia; sigo riéndome cada vez que escucho “A boy named Sue” (reírse con una canción es algo muy difícil, que me pasa muy pocas veces), “St. Quentin”, con bis inmediato, no se hace pesada, y en la edición no censurada (la que tengo), están todas las bromas, insultos y comentarios. Cada parón entre canción y canción es una pequeña historia... “¡I was just picking flowers!”
Stephen Malkmus & The Jicks – Real Emotional Trash (2008): ¿Por qué este es uno de los 5 mejores discos de 2008 – si no el mejor- y el de Spiral Stairs uno de los 5 mejores de 2009? La respuesta sólo contiene una palabra: Pavement. El grupo más grande de los 90 no quedó en nada, y sus integrantes siguen regalándonos obras maestras con cada disco. Aquí hay tensión, hay historias, hay riesgo, hay crudeza y hay belleza. Siempre lo asociaré a Iwakuni y Yamaguchi, y a la sonrisa que involuntariamente ponía en el comienzo de cada canción, sabiendo que escuchaba algo único.
Josh Rouse – Nashville (2005): Después del monumental 1972 (2004), que debería figurar sin duda entre los 25 mejores álbumes de la década, sacó este “Nashville” que no tiene, para nada, ningún tinte de sonido Nashville, sinó que es totalmente continuista con su predecesor, pop de muchos y valiosos quilates (como les gusta decir a los críticos). Obviamente, resulta muy difícil mantener el listón, pero es un disco maravilloso, alegre, muy Rouse, con estupendas melodías y arreglos, y definitivamente muy disfrutable. Con los primeros acordes te saca la sonrisa.
Brahms – 4ª sinfonía (1885; versión de L. Bernstein con la Filarmónica de Viena, 1983): Leí en un folleto, cuando fui a oírla, que a los críticos de la época les disgustó mucho, especialmente el primer movimiento, que alguno describió como “dos hombres forzudos zarandeándome”. A mí me parece uno de los más bellos y emocionantes que he escuchado nunca. Es una de mis sinfonías favoritas; no tiene bajones, ni rellenos ni esperas inútiles para llegar a un clímax forzado; sólo belleza y fuerza.
Amalia Rodrigues – Recopilatorio (2009): Me lo puse en el parque de la paz de Hiroshima, y depende de qué visión se tenga, es una excelente o pésima elección. Pasear por un lugar cuya memoria es la devastación y el horror escuchando fados puede llegar a ser demasiado. Una buena recopilación que compré a ciegas, en Porto, que no suelo escuchar entera (por la duración), pero que definitivamente vale la pena para iniciarse (algo) en el mundo de los fados.
François Breut – A l’aveuglette (2008): buen disco, con un espectacular comienzo, para paladear mientras tu tren se dirige a Tokyo a 300 km/h.