Estaba yo caminando con Mark (quien trabajaba en el museo) y Mark (amigo del Mark del museo) cerca de Nara, entre monumentos, bosques, templos y bancales, cuando vi el rudimentario escaparate de la foto. Un poco atónito, les pregunté dónde estaba la persona que lo antendía, puesto que no se veía a nadie en todo el camino. La respuesta, que os la estaréis imaginando, era que no había persona alguna que se encargase de venderte las naranjas. Simplemente confiaban en que pagases por aquello que te llevabas, sin preocuparse de que no cogieses más de lo debido y dejases las monedas pertinentes. ¿Alguien se imagina cuánto tiempo durarían esas naranjas en España, si ya en las tiendas vigiladas desaparecen?
A los tres meses, ya había visto muchos más escaparates con autodispensador de mercancías (incluso en ciudades). Y qué queréis que os diga, son más bonitos y más baratos que las vending machines. Y, sobretodo, hablan maravillas del país en el que los encontré.
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