Tengo la terrible sensación de que mi generación ha vivido el punto álgido del estado del bienestar, al menos en este país. Lo llevo pensando un tiempo, discutiendo con amigos, pareja y familia, y hay bastante consenso: lo que hemos vivido, con lo que algunos hemos crecido, no volverá. Hablo de funcionariado –básico-, sanidad, educación, dependencia (aunque se legislase sin dotación adecuada), recursos sociales... Si tuviese que poner fecha para el cénit, probablemente sería la primera legislatura de Zapatero, a quien nunca voté, ni tan siquiera con el acojono –comprensible- de ver repetir a un miserable y mentiroso como Acebes de ministro. No fue una legislatura perfecta, ni mucho menos, pero sí efectista –que no efectiva-, con ciertos avances significativos (matrimonio homosexual o ley de la dependencia entre otros y muchos proyectos no natos, pero de los que al menos se empezó a hablar) que, no hay que olvidar, estaban sustentados en la mastodóntica burbuja inmobiliaria. Aún así: con todos sus defectos, con todas sus contradicciones –algo que está, parece ser, en el ADN del PSOE-, tuve la impresión (equivocada, claro está) de que las cosas iban a mejor. En 2005 teníamos un gobierno mejor que el anterior (absolutamente indiscutible, por mucho que a algunos siguiese sin gustarnos), se potenciaba la inversión en I+D (poco, pero algo), se aprobaban leyes punteras en el mundo entero y se reforzaba el estado del bienestar (dependencia, vivienda joven, igualdad, maternidad...). Nadie pensaba entonces que lo de hoy pudiese pasar: recortes salvajes, sanidad y educación en tela de juicio, eliminación de todo tipo de prestaciones sociales, obsesión por el déficit, posibles despidos de funcionarios y tasa de reposición cero, alquiler de quirófanos a la sanidad privada, ambulatorios y urgencias cerradas, niños con mantas en las escuelas... Ahora sin embargo, todo apunta a un futuro peor, de forma indiscutible: peor que el de nuestros padres, pero incluso también peor que el nuestro hace tan sólo unos años. Nos han robado el futuro y la esperanza, que es lo más jodido que hay, porque sin nada que te empuje no vas a ningún sitio. Y en el caso de la ciencia, no creo que haga falta explayarse más: para que una secretaria de estado ruegue que no hayan más recortes, es que la cosa está mal, y estará peor, sin duda.
A lo que venía todo esto es a que yo estoy ahora aquí (algún día lo explicaré con más calma de lo que ya hice) con una beca, con dinero de nuestros impuestos. Que me encante Japón es secundario: mi relación con este país empezó simplemente porque debía venir a meterme en lodazales, campos de arroz y lagos para coger ostrácodos. Y el caso es que sí, ha habido dinero para enviarme aquí, para pagarme la estancia (aunque al final salga cuenta con paga, no ahorro ni un yen), y para hacerlo todos los años que la he pedido (tres veces, una a UK). Es dinero, y es vuestro, por mucho que no llegue ni a ser el equivalente de cinco metros de macetas del puente de las flores, o ni tan siquiera un mes de sueldo de un asesor municipal del Ayuntamiento de València. Si lo hubiese necesitado, habría dinero para haberme pagado seis meses cada vez (el máximo): no lo requiere mi investigación, y siempre he pedido el menor tiempo posible, a pesar de haberme quedado corto en algún caso.
Ahora, además, me alegro de haber cogido una beca de la Universitat de València, como le pasa a otro compañero, Álex: a ambos nos concedieron todas las becas que pedimos (Ministerio, Generalitat y UV, a mí todas de rebote), pero escogimos la de la UV. En mi caso, porque fue la que me dieron primero, y pasé de hacer papeles. En el suyo, creo que también por el poco aprecio que tiene por la burocracia académica. Años después, ambos nos alegramos, no sólo por el hecho de lo tremendamente fácil que resulta solucionar cualquier problema (por teléfono, correo interno y si no, a plantarse en Rectorado), sino también porque no hemos dejado de cobrar una sola vez (de hecho, cobro casi siempre antes del día 1) y nos han concedido todas las estancias. Conozco casos de impagos de becas de la Generalitat desde el primer mes, y las resoluciones de estancias del Ministerio llevan de cabeza a más de uno (tanto por su tardanza como por la no concesión), lo que pone en peligro el normal desarrollo de su tesis doctoral.
La UV, os lo digo, está aguantando hasta el límite, hasta la extenuación financiera, ahogada por la Generalitat, suscribiendo créditos que no se sabe cómo se van a pagar, recortando para que las nóminas (en permanente proceso de adelgazamiento) se sigan cobrando. A veces lo hace francamente mal (como en el caso de los profesores asociados) y a veces no queda más remedio, aunque siempre hay partidas prescindibles que el equipo rectoral se resiste a eliminar (catering, coches oficiales...).
Este año había dinero para las estancias, pero ¿y el que viene? ¿Se quedará alguien sin poder ir a muestrear a algún sitio y descubrir si la especie que estudia es exótica o no? ¿Perderá alguien la posibilidad de aprender técnicas punteras en un laboratorio extranjero y traer de vuelta todo ese conocimiento a España?
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