Se acabó.
No he escrito ni la
décima parte de todos los posts que tenía en la cabeza, pero no tiene sentido
que siga con el blog. ¿Por qué? Pues porque resulta muy improbable que pueda
volver a Japón a corto-medio plazo, y no quiero perpetuar un blog de vivencias
con material en formol. Vivir en Japón, aunque hayan sido menos de cinco meses
en total, ha sido una experiencia excepcional. Es cierto que no me integré en
la sociedad nipona como si fuese un estudiante –yendo a fiestas, meriendas y
viajes, habitando en clases llenas de ojos rasgados-, pero pude convivir con
los japoneses en un maravilloso término medio, entre el erasmus y el
trabajador, entre la vida rutinaria y los días sorprendentes, entre el viajero
y el habitante. Me transmutaba a placer: había días que era residente, tomaba
trenes a rebosar de trabajadores y comía rodeado de hombres de negocios. Al día
siguiente, sin embargo, me apetecía ser un turista con cámara y sandalias, pero
eso sí: un turista conocedor del país, con debilidad por los rincones
inhóspitos, que desempolvaba el diccionario de japonés a la mínima. A veces
parecía turista y era sin embargo medio japonés, ayudando a verdaderos
visitantes de paso a encontrar una dirección o un cajero automático. Las
últimas dos semanas, sin embargo, María y yo fuimos guiris a placer, hicimos
cosas de occidentales y disfrutamos como enanos. Aunque a veces el japonés que hay en
mí –no olvidéis que los gordonautas tenemos espacio de sobra ahí dentro- salía,
y hacía que nos perdiésemos en Harajuku o Higashiyama, que acabásemos comiendo
cualquier cosa en la calle o en minúsculos bares, felices por encontrarnos en un país tan
maravilloso.
Tengo muchos
recuerdos buenos, muy pocos malos. Tengo que escarbar para encontrar
memorias poco placenteras, y casi todas son por estupideces y dinero: pérdida
de un billete, un día con dolor de pierna que me llevó al hospital y resultó ser nada... Son momentos aislados que no empañana -para nada- el resto.
Tengo una enorme gratitud por Isabel, que me brindó la posibilidad de
conocer parte del Japón vetado a los turistas, que me acogió sin problemas y me
ofreció más planes de los que yo podía aceptar, y para los cuales ahora me
arrepiento de no haberles hecho un hueco. Pero sé que volveré, para verla a
ella, a Ari y a Emilia, en Okinawa o donde se encuentren.
Recuerdo a Robin, mi
jefe allá, un inglés hierático que en el segundo año se mostró más humano y
risueño; quizás fuese la partenidad. A Mark, que me seguía llevando a comer
manjares realmente exóticos, a Kusuoka-san, siempre tan amable y dispuesto, a
Ostuka-san, que hacía esfuerzos sobrehumanos para comunicarse en inglés, a los
dos chicos del té y funazushi, a las chicas de recepción, a los guardas de
seguridad octogenarios con uñas como guitarristas de flamenco...
Recuerdo las calles
de Japón, el olor de japón, el dashi, el tonkotsu, miso... Recuerdo la luz
tenue por la noche, el sabor del yakitori, el silencio del tren, la estridencia
de las calles comerciales, los jardines milimétricamente perfectos, el frío
cortante en marzo, el calor imposible en julio. Recuerdo Japón en una buena
época, en el período de preguerra y quizás entreguerra, antes y después de un
2011 en el que todo salió mal y espero poder olvidar algún día. Por eso, quizás
por eso, lo tengo idealizado, y ni me da la gana ni intento bajar del pedestal
a su gente, a mis recuerdos. Japón, para mí, es la felicidad, la libertad, el
placer, el descubrimiento, la novedad. Era la primera vez que me iba fuera de
casa a vivir, a un país lejano y desconocido, y quizás por ello le tengo tanto
aprecio. No lo sé. Sólo sé que sueño con Japón mientras duermo, también mientras
estoy despierto.
Sigo sin compartir la
fascinación por el manga y por ciertas partes de la cultura nipona: estoy
seguro que, a ojos de muchos otakus y
niponófilos, he “malgastado”mi tiempo. Sin embargo, creo que eso es lo que me
da la distancia necesaria para poderme enamorar de Japón: no soy un devoto más
que peregrina al centro de su religión, no llevaba ideas preconcebidas sobre el
país, ni sobre su gente, ni sabía nada sobre su cultura y costumbres. Mi
enamoramiento es sincero, está sin contaminar, no se basa en falsas
expectativas y tiene toda la pinta de ser duradero.
Podría alargarme
mucho más, pero no lo haré. Sorprendentemente, el blog ha llegado a las 6.000
visitas, que dada la poca regularidad y el mediocre contenido, considero
como todo un éxito. El “Gordonauta” se planteó como un diario de a bordo, como
una forma de contar a familia y amigos lo que me sucedía en mi aventura
japonesa: porque me gusta escribir, y porque así –no hay que negarlo tampoco-
no repetía las mismas cosas cien veces. Si me lees esto y no me conoces:
gracias, de verdad. Y si me conoces: ¡invítame a una cerveza y te contaré cómo
hacer caldo dashi!
En una metáfora que
no me acaba de gustar –algo muere para que algo nazca, pero la muerte, por
mucho nacimiento que haya, siempre será muerte-, el blog cierra para que se
abra otra ventana. Y no, no hablo de mi blog de política y divulgación
científica (para los interesados, lo encontraréis aquí: Ciència i Política):
hablo de Japonismo. Gracias a Luis y Laura he empezado a colaborar en
esta web sobre Japón, que incluye reviews
de doramas, consejos de viaje, propuestas de visita y todo tipo de cuestiones
sobre la vida y cultura japonesa. Contactamos por Twitter, les conté que tenía
material pero que consideraba este blog agotado, y me ofrecieron la
posibilidad: a ellos, mil gracias por dejar que continúe contando mi Japón
particular. La primera entrada, sobre el museo en el que trabajé, ya está publicada, y la verdad, ha quedado mejor que cualquiera de las que pululan por
aquí. La memoria del gordonauta quedará también en un Flickr que he abierto para colgar imágenes de Japón y usarlas para los posts de Japonismo: os invito a que os paséis y disfrutéis con el primer álbum, sobre el Museo del Lago Biwa ;)
Así que ya está. This
is the end. Finito, 83 entradas después. Gracias a los que os habéis pasado por
aquí, a los que habéis comentado,
criticado y sugerido. Este blog era para vosotros. Tan sólo espero haberos
acercado un poquito a Japón, el país más maravilloso de cuantos he visitado. Incluso
siendo un gordonauta me he sentido como en casa.
Sayonara!