martes, 2 de octubre de 2012

Despedida


Se acabó.

No he escrito ni la décima parte de todos los posts que tenía en la cabeza, pero no tiene sentido que siga con el blog. ¿Por qué? Pues porque resulta muy improbable que pueda volver a Japón a corto-medio plazo, y no quiero perpetuar un blog de vivencias con material en formol. Vivir en Japón, aunque hayan sido menos de cinco meses en total, ha sido una experiencia excepcional. Es cierto que no me integré en la sociedad nipona como si fuese un estudiante –yendo a fiestas, meriendas y viajes, habitando en clases llenas de ojos rasgados-, pero pude convivir con los japoneses en un maravilloso término medio, entre el erasmus y el trabajador, entre la vida rutinaria y los días sorprendentes, entre el viajero y el habitante. Me transmutaba a placer: había días que era residente, tomaba trenes a rebosar de trabajadores y comía rodeado de hombres de negocios. Al día siguiente, sin embargo, me apetecía ser un turista con cámara y sandalias, pero eso sí: un turista conocedor del país, con debilidad por los rincones inhóspitos, que desempolvaba el diccionario de japonés a la mínima. A veces parecía turista y era sin embargo medio japonés, ayudando a verdaderos visitantes de paso a encontrar una dirección o un cajero automático. Las últimas dos semanas, sin embargo, María y yo fuimos guiris a placer, hicimos cosas de occidentales y disfrutamos como enanos. Aunque a veces el japonés que hay en mí –no olvidéis que los gordonautas tenemos espacio de sobra ahí dentro- salía, y hacía que nos perdiésemos en Harajuku o Higashiyama, que acabásemos comiendo cualquier cosa en la calle o en minúsculos bares, felices por encontrarnos en un país tan maravilloso.

Tengo muchos recuerdos buenos, muy pocos malos. Tengo que escarbar para encontrar memorias poco placenteras, y casi todas son por estupideces y dinero: pérdida de un billete, un día con dolor de pierna que me llevó al hospital y resultó ser nada... Son momentos aislados que no empañana -para nada- el resto.

Tengo una enorme gratitud por Isabel, que me brindó la posibilidad de conocer parte del Japón vetado a los turistas, que me acogió sin problemas y me ofreció más planes de los que yo podía aceptar, y para los cuales ahora me arrepiento de no haberles hecho un hueco. Pero sé que volveré, para verla a ella, a Ari y a Emilia, en Okinawa o donde se encuentren.

Recuerdo a Robin, mi jefe allá, un inglés hierático que en el segundo año se mostró más humano y risueño; quizás fuese la partenidad. A Mark, que me seguía llevando a comer manjares realmente exóticos, a Kusuoka-san, siempre tan amable y dispuesto, a Ostuka-san, que hacía esfuerzos sobrehumanos para comunicarse en inglés, a los dos chicos del té y funazushi, a las chicas de recepción, a los guardas de seguridad octogenarios con uñas como guitarristas de flamenco...

Recuerdo las calles de Japón, el olor de japón, el dashi, el tonkotsu, miso... Recuerdo la luz tenue por la noche, el sabor del yakitori, el silencio del tren, la estridencia de las calles comerciales, los jardines milimétricamente perfectos, el frío cortante en marzo, el calor imposible en julio. Recuerdo Japón en una buena época, en el período de preguerra y quizás entreguerra, antes y después de un 2011 en el que todo salió mal y espero poder olvidar algún día. Por eso, quizás por eso, lo tengo idealizado, y ni me da la gana ni intento bajar del pedestal a su gente, a mis recuerdos. Japón, para mí, es la felicidad, la libertad, el placer, el descubrimiento, la novedad. Era la primera vez que me iba fuera de casa a vivir, a un país lejano y desconocido, y quizás por ello le tengo tanto aprecio. No lo sé. Sólo sé que sueño con Japón mientras duermo, también mientras estoy despierto.

Sigo sin compartir la fascinación por el manga y por ciertas partes de la cultura nipona: estoy seguro que, a ojos de muchos otakus y niponófilos, he “malgastado”mi tiempo. Sin embargo, creo que eso es lo que me da la distancia necesaria para poderme enamorar de Japón: no soy un devoto más que peregrina al centro de su religión, no llevaba ideas preconcebidas sobre el país, ni sobre su gente, ni sabía nada sobre su cultura y costumbres. Mi enamoramiento es sincero, está sin contaminar, no se basa en falsas expectativas y tiene toda la pinta de ser duradero.

Podría alargarme mucho más, pero no lo haré. Sorprendentemente, el blog ha llegado a las 6.000 visitas, que dada la poca regularidad y el mediocre contenido, considero como todo un éxito. El “Gordonauta” se planteó como un diario de a bordo, como una forma de contar a familia y amigos lo que me sucedía en mi aventura japonesa: porque me gusta escribir, y porque así –no hay que negarlo tampoco- no repetía las mismas cosas cien veces. Si me lees esto y no me conoces: gracias, de verdad. Y si me conoces: ¡invítame a una cerveza y te contaré cómo hacer caldo dashi!

En una metáfora que no me acaba de gustar –algo muere para que algo nazca, pero la muerte, por mucho nacimiento que haya, siempre será muerte-, el blog cierra para que se abra otra ventana. Y no, no hablo de mi blog de política y divulgación científica (para los interesados, lo encontraréis aquí: Ciència i Política): hablo de Japonismo. Gracias a Luis y Laura he empezado a colaborar en esta web sobre Japón, que incluye reviews de doramas, consejos de viaje, propuestas de visita y todo tipo de cuestiones sobre la vida y cultura japonesa. Contactamos por Twitter, les conté que tenía material pero que consideraba este blog agotado, y me ofrecieron la posibilidad: a ellos, mil gracias por dejar que continúe contando mi Japón particular. La primera entrada, sobre el museo en el que trabajé, ya está publicada, y la verdad, ha quedado mejor que cualquiera de las que pululan por aquí.  La memoria del gordonauta quedará también en un Flickr que he abierto para colgar imágenes de Japón y usarlas para los posts de Japonismo: os invito a que os paséis y disfrutéis con el primer álbum, sobre el Museo del Lago Biwa ;)

Así que ya está. This is the end. Finito, 83 entradas después. Gracias a los que os habéis pasado por aquí,  a los que habéis comentado, criticado y sugerido. Este blog era para vosotros. Tan sólo espero haberos acercado un poquito a Japón, el país más maravilloso de cuantos he visitado. Incluso siendo un gordonauta me he sentido como en casa.

Sayonara!


El Kamogawa, a Kyoto. Una imatge que he vist desenes de vegades, que em transmet placidesa. El riu que vertebrava la ciutat, que jo recorria a la vora, que desapareixia quan caminaves per Pontocho, carrer estret i màgic. El primer lloc al qual vaig dur a Maria, encara amb jet-lag i mig dormida. El principi i el final del meu particular Japó. I sí, l'últimíssim punt i final el vull posar en valencià.