martes, 2 de octubre de 2012

Despedida


Se acabó.

No he escrito ni la décima parte de todos los posts que tenía en la cabeza, pero no tiene sentido que siga con el blog. ¿Por qué? Pues porque resulta muy improbable que pueda volver a Japón a corto-medio plazo, y no quiero perpetuar un blog de vivencias con material en formol. Vivir en Japón, aunque hayan sido menos de cinco meses en total, ha sido una experiencia excepcional. Es cierto que no me integré en la sociedad nipona como si fuese un estudiante –yendo a fiestas, meriendas y viajes, habitando en clases llenas de ojos rasgados-, pero pude convivir con los japoneses en un maravilloso término medio, entre el erasmus y el trabajador, entre la vida rutinaria y los días sorprendentes, entre el viajero y el habitante. Me transmutaba a placer: había días que era residente, tomaba trenes a rebosar de trabajadores y comía rodeado de hombres de negocios. Al día siguiente, sin embargo, me apetecía ser un turista con cámara y sandalias, pero eso sí: un turista conocedor del país, con debilidad por los rincones inhóspitos, que desempolvaba el diccionario de japonés a la mínima. A veces parecía turista y era sin embargo medio japonés, ayudando a verdaderos visitantes de paso a encontrar una dirección o un cajero automático. Las últimas dos semanas, sin embargo, María y yo fuimos guiris a placer, hicimos cosas de occidentales y disfrutamos como enanos. Aunque a veces el japonés que hay en mí –no olvidéis que los gordonautas tenemos espacio de sobra ahí dentro- salía, y hacía que nos perdiésemos en Harajuku o Higashiyama, que acabásemos comiendo cualquier cosa en la calle o en minúsculos bares, felices por encontrarnos en un país tan maravilloso.

Tengo muchos recuerdos buenos, muy pocos malos. Tengo que escarbar para encontrar memorias poco placenteras, y casi todas son por estupideces y dinero: pérdida de un billete, un día con dolor de pierna que me llevó al hospital y resultó ser nada... Son momentos aislados que no empañana -para nada- el resto.

Tengo una enorme gratitud por Isabel, que me brindó la posibilidad de conocer parte del Japón vetado a los turistas, que me acogió sin problemas y me ofreció más planes de los que yo podía aceptar, y para los cuales ahora me arrepiento de no haberles hecho un hueco. Pero sé que volveré, para verla a ella, a Ari y a Emilia, en Okinawa o donde se encuentren.

Recuerdo a Robin, mi jefe allá, un inglés hierático que en el segundo año se mostró más humano y risueño; quizás fuese la partenidad. A Mark, que me seguía llevando a comer manjares realmente exóticos, a Kusuoka-san, siempre tan amable y dispuesto, a Ostuka-san, que hacía esfuerzos sobrehumanos para comunicarse en inglés, a los dos chicos del té y funazushi, a las chicas de recepción, a los guardas de seguridad octogenarios con uñas como guitarristas de flamenco...

Recuerdo las calles de Japón, el olor de japón, el dashi, el tonkotsu, miso... Recuerdo la luz tenue por la noche, el sabor del yakitori, el silencio del tren, la estridencia de las calles comerciales, los jardines milimétricamente perfectos, el frío cortante en marzo, el calor imposible en julio. Recuerdo Japón en una buena época, en el período de preguerra y quizás entreguerra, antes y después de un 2011 en el que todo salió mal y espero poder olvidar algún día. Por eso, quizás por eso, lo tengo idealizado, y ni me da la gana ni intento bajar del pedestal a su gente, a mis recuerdos. Japón, para mí, es la felicidad, la libertad, el placer, el descubrimiento, la novedad. Era la primera vez que me iba fuera de casa a vivir, a un país lejano y desconocido, y quizás por ello le tengo tanto aprecio. No lo sé. Sólo sé que sueño con Japón mientras duermo, también mientras estoy despierto.

Sigo sin compartir la fascinación por el manga y por ciertas partes de la cultura nipona: estoy seguro que, a ojos de muchos otakus y niponófilos, he “malgastado”mi tiempo. Sin embargo, creo que eso es lo que me da la distancia necesaria para poderme enamorar de Japón: no soy un devoto más que peregrina al centro de su religión, no llevaba ideas preconcebidas sobre el país, ni sobre su gente, ni sabía nada sobre su cultura y costumbres. Mi enamoramiento es sincero, está sin contaminar, no se basa en falsas expectativas y tiene toda la pinta de ser duradero.

Podría alargarme mucho más, pero no lo haré. Sorprendentemente, el blog ha llegado a las 6.000 visitas, que dada la poca regularidad y el mediocre contenido, considero como todo un éxito. El “Gordonauta” se planteó como un diario de a bordo, como una forma de contar a familia y amigos lo que me sucedía en mi aventura japonesa: porque me gusta escribir, y porque así –no hay que negarlo tampoco- no repetía las mismas cosas cien veces. Si me lees esto y no me conoces: gracias, de verdad. Y si me conoces: ¡invítame a una cerveza y te contaré cómo hacer caldo dashi!

En una metáfora que no me acaba de gustar –algo muere para que algo nazca, pero la muerte, por mucho nacimiento que haya, siempre será muerte-, el blog cierra para que se abra otra ventana. Y no, no hablo de mi blog de política y divulgación científica (para los interesados, lo encontraréis aquí: Ciència i Política): hablo de Japonismo. Gracias a Luis y Laura he empezado a colaborar en esta web sobre Japón, que incluye reviews de doramas, consejos de viaje, propuestas de visita y todo tipo de cuestiones sobre la vida y cultura japonesa. Contactamos por Twitter, les conté que tenía material pero que consideraba este blog agotado, y me ofrecieron la posibilidad: a ellos, mil gracias por dejar que continúe contando mi Japón particular. La primera entrada, sobre el museo en el que trabajé, ya está publicada, y la verdad, ha quedado mejor que cualquiera de las que pululan por aquí.  La memoria del gordonauta quedará también en un Flickr que he abierto para colgar imágenes de Japón y usarlas para los posts de Japonismo: os invito a que os paséis y disfrutéis con el primer álbum, sobre el Museo del Lago Biwa ;)

Así que ya está. This is the end. Finito, 83 entradas después. Gracias a los que os habéis pasado por aquí,  a los que habéis comentado, criticado y sugerido. Este blog era para vosotros. Tan sólo espero haberos acercado un poquito a Japón, el país más maravilloso de cuantos he visitado. Incluso siendo un gordonauta me he sentido como en casa.

Sayonara!


El Kamogawa, a Kyoto. Una imatge que he vist desenes de vegades, que em transmet placidesa. El riu que vertebrava la ciutat, que jo recorria a la vora, que desapareixia quan caminaves per Pontocho, carrer estret i màgic. El primer lloc al qual vaig dur a Maria, encara amb jet-lag i mig dormida. El principi i el final del meu particular Japó. I sí, l'últimíssim punt i final el vull posar en valencià.









sábado, 24 de marzo de 2012

Una para María o las buenas noches de Stewie


Días antes de venir a Japón, recuerdo que la Cadena Ser ponía machaconamente el anuncio del musical "Sonrisas y Lágrimas" en Hoy por Hoy. Lo escuché tantas veces yendo a la Universidad, que al final se me quedó la musiquita. A mí, y a María, porque al final nos descubríamos tarareándola sin querer, mientras hacíamos la cena o paseábamos. Sólo es comparable a la de Bic Camera o Yodobashi, dos tiendas japonesas de electrónica. O a la de "Centrolandia", que por proximidad y capacidad de penetrar hasta lo más profundo de mi cerebro aún me sale, aleatoriamente, de vez en cuando.

El caso es que, encima, nunca he visto esa película (aunque sabía de su existencia por lo mucho que le gustaba a mi abuela y por un par de parodias de Padre de Familia), pero parecía perseguirme cuando, en el mismo edificio de investigación, me encontré esto:




Al llegar a Japón creí encontrarme a salvo, pero no. En la estación de Kusatsu, un pueblo al noreste de Kyoto (desde donde cojo el autobús para ir al museo), me encontré este cartel, anunciando el musical para... ¡Junio! Me da miedo poner la radio...



jueves, 22 de marzo de 2012

Dos mujeres o dos fotografías


Dos mujeres. Dos fotografías. O dos sitios de Kyoto muy diferentes. O quizás no tanto.

De paseo en el Kennin-ji, me giré rápido (no me gusta hacer fotos directamente, como si las personas fuesen una atracción turística), llevaba la S90 y sólo pude hacer un disparo antes de que un par de abueletes me jodiesen la escena. Es lo que hay. Sin retoque, por tiempo, formato y ganas.


Me estaba guardando la D90 (acoplada al 35mm, que era de noche), para cruzar la estación de Kyoto, cuando por alguna razón me llamó la atención esta mujer que corría como si perdiese el tren. Quizás lo estaba perdiendo, vaya. Pelín recortada, pero nada más. Me gusta la luz; ¿para qué cambiarla?


miércoles, 21 de marzo de 2012

Cenando Motsunabe (もつ鍋) con Mark o removiendo los intestinos


Mark, el estadounidense que da patadas giratorias mientras te habla, me dijo el otro día de ir a cenar. Es un hombre rubio de unos 50 años largos, alto, que siempre viste chaqueta negra de cuero y sombrero tejano, con abundante pelo en los oídos y que al hablar hace unas inflexiones muy característica en el tono de voz. Lleva en Japón más de dos décadas (en distintas ciudades) en investigación, y al final ha acabado en el Museo del Lago Biwa (琵琶湖博物館). Es mi superior en el departamento, digámoslo así, y tiene una predilección enfermiza por la comida menos habitual: calamares putrefactos, intestinos y pulmones, gorriones fritos (que se comen rompiéndoles el cráneo), ballena... Así que cuando me invitó a cenar, yo ya sabía que el menú no iba a ser un Dinning de los que abundan en zonas turísticas. No me equivocaba.

Acabamos en un local de Kusatsu (草津市el pueblo en el que cojo el autobús para ir al museo), alejado del centro comercial y las calles principales, en el que, por supuesto, no tenían nada parecido a un menú en inglés, ni tan siquiera uno con fotos. Pero eso da igual, porque el cabrón de Mark habla un japonés más que fluido, y da esa seguridad que da moverte en un país extraño con alguien que domina el idioma. De todas las cosas que podía haber pedido tras los aperitivos (una carne guisada que se deshacía en la boca), cómo no, escogió el guiso de intestinos de vaca: el motsunabe. Básicamente, “nabe” () significa recipiente , y el plato se compone de una base de miso, tofu, vegetales (cebollino, col, ajo, brotes de soja y otros que no supe distinguir) e intestino (limpio y cortado, claro). Una de sus características es que se hace en la mesa, con un pequeño hornillo (cosa que les chifla a los japoneses, lo de cocinarse ellos mismos). Y sí, está muy bueno, no me miréis raro.

El caso es que el intestino era distinto a como lo imaginaba (podéis verlo en la foto), y consistía en una fina película de carne algo dura, recubierta por una buena capa de grasa. Y sabía a eso, a grasa, suave, pero empalagosa al cabo de un rato. Para mitigarlo, estaba el caldo, las verduras, el picante (uno a base de cítricos y sésamo y el otro de chile) y, cómo no, la bebida: primero tomamos la necesaria cerveza, para después acabar con “Makkoli” , una bebida coreana. Él se la pidió a palo seco, y a mí me pidió una en la que habían mezclado el licor con refresco de frutas. O algo parecido, vaya. Es decir, sabor 100% medicina: suaves aromas de Flumil con la potencia del ibuprofeno, y un retrogusto de Couldina. Pero refrescaba y quitaba la grasa del paladar, lo que se agradecía, en cualquier caso.

Y por supuesto, como estamos en Japón, nada de pedir postre (de hecho, ni siquiera había): para acabar la comida, y con el caldo que sobraba, pedimos unos fideos, los mezclamos y dimos por finalizado el festín. Y después, mis intestinos se pasaron tooooda la noche intercambiando experiencias con los de la vaca. Pero se portaron bien y no montaron ninguna fiesta, que es lo bueno de Japón: ya puedes comer pescado crudo, conservas rarísimas, picantes infernales, vegetales fermentados o lo que sea, que no te sienta mal.

Este país es la hostia.


Nada más dejártelo en la mesa, parece imposible de comer. Y sólo se ve la verdura y el tofu.



Pero al cabo de un rato de estar hirviendo (y meneándolo), va bajando. Y cuando está así...



... es cuando lo ponemos en el cuenco. Podéis ver los intestinos (izquierda), las veduras, el tofu
y el picante. Buenísimo, de verdad.


Y claro, ¡el "postre" que no falte!

martes, 20 de marzo de 2012

El tiempo en sus manos... o no

Tengo poco –muy poco- tiempo. No estoy actualizando como quisiera, pero llego tarde a casa, tengo bastante trabajo con un par de artículos y, además, conexión limitada a internet (no dispongo de autorización en el museo). Así que cuando llego a casa, sobre las 20:30-21, cansado, no sólo tengo que hacer lo típico –lavadora, ducha, cena, prepararlo todo para el día siguiente- sino aprovechar la conexión para consultar datos, artículos y demás (a pesar de que prosigo mi batalla con la VPN de la UV y no me resulta fácil), aparte del protocolario Skype y correo electrónico. Y, aunque todo eso contribuye a que tan sólo haya estado en Kyoto –el centro, quiero decir- una sola tarde, no significa que este país haya dejado de sorprenderme, porque lo que aquí te sorprenden no son los monumentos o los jardines –eso asombra, y mucho- sino las calles estrechas, los barrios de clase media, los sitios de comida escondidos de menú ininteligible, los niños de un cercanías, los parques de los suburbios. Uno se espera que el Pavellón Dorado (Kinkaku-ji, 金閣寺) será espectacular, y ciertamente lo es; pero al menos a mí, lo que más me acerca a Japón es dejar que mis pies me guíen, perderme (en sentido figurado, porque en Kyoto es sorprendentemente fácil orientarse, y aún queriendo perderse, siempre sabes, gracias a las montañas, por dónde andas) y fijarme en los pequeños detalles. Me gusta fotografiar el mundo, pero con las palabras: con la cámara en la mano, soy un fotógrafo prescindible, si es que lo soy. Un vulgar retratista de lo obvio y común, como tantos otros. Aún así, me gusta poner algunas imágenes, y este post, que iba de algo pero ahora no me acuerdo de qué, no puede concluir sin regalaros un par de postales.



Una tarde cualquiera, en una calle cualquiera de Kyoto. Disparo rápido con la S90


La típica foto de la primavera japonesa. Bueno, no tan típica: esto es ciruelo y no cerezo. Pero sí, tomada con un vulgar todoterreno, y déjandome mi Nikkor 105 2.8 en Valencia...


Rugby.


Después del rugby



Sobresaturada, lo sé. Quería que fuese un Hyde Park a la japonesa.

El 18-200, por mucho que lo maldigan en los foros, te permite estos robados.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El futuro de las estancias científicas o el fin del estado del bienestar

Tengo la terrible sensación de que mi generación ha vivido el punto álgido del estado del bienestar, al menos en este país. Lo llevo pensando un tiempo, discutiendo con amigos, pareja y familia, y hay bastante consenso: lo que hemos vivido, con lo que algunos hemos crecido, no volverá. Hablo de funcionariado –básico-, sanidad, educación, dependencia (aunque se legislase sin dotación adecuada), recursos sociales... Si tuviese que poner fecha para el cénit, probablemente sería la primera legislatura de Zapatero, a quien nunca voté, ni tan siquiera con el acojono –comprensible- de ver repetir a un miserable y mentiroso como Acebes de ministro. No fue una legislatura perfecta, ni mucho menos, pero sí efectista –que no efectiva-, con ciertos avances significativos (matrimonio homosexual o ley de la dependencia entre otros y muchos proyectos no natos, pero de los que al menos se empezó a hablar) que, no hay que olvidar, estaban sustentados en la mastodóntica burbuja inmobiliaria. Aún así: con todos sus defectos, con todas sus contradicciones –algo que está, parece ser, en el ADN del PSOE-, tuve la impresión (equivocada, claro está) de que las cosas iban a mejor. En 2005 teníamos un gobierno mejor que el anterior (absolutamente indiscutible, por mucho que a algunos siguiese sin gustarnos), se potenciaba la inversión en I+D (poco, pero algo), se aprobaban leyes punteras en el mundo entero y se reforzaba el estado del bienestar (dependencia, vivienda joven, igualdad, maternidad...). Nadie pensaba entonces que lo de hoy pudiese pasar: recortes salvajes, sanidad y educación en tela de juicio, eliminación de todo tipo de prestaciones sociales, obsesión por el déficit, posibles despidos de funcionarios y tasa de reposición cero, alquiler de quirófanos a la sanidad privada, ambulatorios y urgencias cerradas, niños con mantas en las escuelas... Ahora sin embargo, todo apunta a un futuro peor, de forma indiscutible: peor que el de nuestros padres, pero incluso también peor que el nuestro hace tan sólo unos años. Nos han robado el futuro y la esperanza, que es lo más jodido que hay, porque sin nada que te empuje no vas a ningún sitio. Y en el caso de la ciencia, no creo que haga falta explayarse más: para que una secretaria de estado ruegue que no hayan más recortes, es que la cosa está mal, y estará peor, sin duda.

A lo que venía todo esto es a que yo estoy ahora aquí (algún día lo explicaré con más calma de lo que ya hice) con una beca, con dinero de nuestros impuestos. Que me encante Japón es secundario: mi relación con este país empezó simplemente porque debía venir a meterme en lodazales, campos de arroz y lagos para coger ostrácodos. Y el caso es que sí, ha habido dinero para enviarme aquí, para pagarme la estancia (aunque al final salga cuenta con paga, no ahorro ni un yen), y para hacerlo todos los años que la he pedido (tres veces, una a UK). Es dinero, y es vuestro, por mucho que no llegue ni a ser el equivalente de cinco metros de macetas del puente de las flores, o ni tan siquiera un mes de sueldo de un asesor municipal del Ayuntamiento de València. Si lo hubiese necesitado, habría dinero para haberme pagado seis meses cada vez (el máximo): no lo requiere mi investigación, y siempre he pedido el menor tiempo posible, a pesar de haberme quedado corto en algún caso.

Ahora, además, me alegro de haber cogido una beca de la Universitat de València, como le pasa a otro compañero, Álex: a ambos nos concedieron todas las becas que pedimos (Ministerio, Generalitat y UV, a mí todas de rebote), pero escogimos la de la UV. En mi caso, porque fue la que me dieron primero, y pasé de hacer papeles. En el suyo, creo que también por el poco aprecio que tiene por la burocracia académica. Años después, ambos nos alegramos, no sólo por el hecho de lo tremendamente fácil que resulta solucionar cualquier problema (por teléfono, correo interno y si no, a plantarse en Rectorado), sino también porque no hemos dejado de cobrar una sola vez (de hecho, cobro casi siempre antes del día 1) y nos han concedido todas las estancias. Conozco casos de impagos de becas de la Generalitat desde el primer mes, y las resoluciones de estancias del Ministerio llevan de cabeza a más de uno (tanto por su tardanza como por la no concesión), lo que pone en peligro el normal desarrollo de su tesis doctoral.

La UV, os lo digo, está aguantando hasta el límite, hasta la extenuación financiera, ahogada por la Generalitat, suscribiendo créditos que no se sabe cómo se van a pagar, recortando para que las nóminas (en permanente proceso de adelgazamiento) se sigan cobrando. A veces lo hace francamente mal (como en el caso de los profesores asociados) y a veces no queda más remedio, aunque siempre hay partidas prescindibles que el equipo rectoral se resiste a eliminar (catering, coches oficiales...).

Este año había dinero para las estancias, pero ¿y el que viene? ¿Se quedará alguien sin poder ir a muestrear a algún sitio y descubrir si la especie que estudia es exótica o no? ¿Perderá alguien la posibilidad de aprender técnicas punteras en un laboratorio extranjero y traer de vuelta todo ese conocimiento a España?

lunes, 12 de marzo de 2012

Hoy ha nevado


Hoy me he levantado a las 6:15, y he visto esto:


Vista desde mi ventana en Kyoto


El caso es que se ha cumplido la previsión meteorológica y, aunque la nieve no ha durado mucho -a pesar de que durante el día sí que han caído copos de vez en cuando-, ya puedo decir que he visto Kyoto nevado :-)

Para celebrarlo -cualquier excusa es buena- he ido a comer Tonkatsu (filete de cerdo empanado) al sitio que me enseñó Isabel, donde tiene cierta gracia, ya que tienes que molerte tu el sésamo y, a parte, puedes repetir de sopa de miso, arroz y col tantas veces como quieras. Lo siento, pero como he comido a las 5 de la tarde, tenía tanta hambre que no he podido hacer foto para daros envidia ;-)

A la hora de cenar, y para no perder la costumbre, he cogido unas bandejitas de sushi del supermercado más cercano (salmón, salmón con cebolla, anguila y tofu) y una Yebisu (la cerveza japonesa que más me gusta, y la que es imposible encontrar en Valencia) y, ahora sí, he podido darles envidia a mis padres y a María mientras engullía la cena. ¡Y a vosotros, claro, que para eso he hecho foto! La gracia de esta frugal comida está en el descuento de las bandejas (20%) dado que es sushi comprado a última hora (10 minutos antes de cerrar): no es mucho (a veces he visto del 50%) pero así se lo quitan de encima, porque no vale para el día siguiente. Y en que, por fin, he sido capaz de leer la etiqueta de la salsa de soja (sashimi shōyu), para no confundirme con los otros tipos que hay (cocinar, tempura...), cosa para la cual en 2010 tuve que pedir ayuda.


En primer plano, nigiri de tōfu

domingo, 11 de marzo de 2012

La felicidad es un jersey con olor a carbón


Ayer cené en un yakitori, tal y como atestigua el olor a carbón y tabaco de mi ropa, y no podía dejar de maravillarme de estar allí, sentado enfrente de un atareadísimo pero sonriente Takahiro (el cocinero, cuyo nombre en un Katakana terriblemente enrevesado conseguí descifrar), al lado de hombres de negocios bien vestidos, tocando mi codo con una parejita de los más cool. Es una de esas sensaciones extrañas, encontrarte de pronto a 15.000 kilómetros de casa, pero a la vez, de alguna forma, sentirte también en casa, que todo encaja, que es tu lugar y no desentonas, pese a ser un gaijin en un local nada turístico un sábado por la noche. Estaba allí sentado, con mi nama biru (literalmente, cerveza “cruda”, es decir, de barril), mirando las tarjetas de visita que dejan los clientes del yakitori, comiendo un fabuloso Butabara (pincho de carne de cerdo con sal) y kawa (piel de pollo a la brasa), y no podía dejar de sonreir, por estar aquí, por sentirme bien, también por las sonrisas cómplices de comensales y de Takahiro, por saber que Japón quizás no es mi país, pero que me acoge como si lo fuese. Ayer, mientras repelaba el pincho de shiitake (setas japonesas), sentí que aquella cena era por fin la bienvenida a Japón, después de un Tonkotsu Ramen (fideos en caldo de huesos de cerdo) apresurado y a deshora el día de mi llegada, a pesar de comerlos en mi sitio preferido de la estación de Kyoto.

Hoy hace un sol maravilloso –llegué con lluvia-, estoy al lado de un lago enorme en el que invernan miles de aves, se ven montañas nevadas al fondo, empieza la primavera, pienso ir a comer Yakisoba a la orilla, debajo de un cerezo (han vuelto a abrir la convenience store del museo, que ahora es un Lawson’s), suena Built to Spill en los auriculares y estoy feliz, muy feliz, de estar, en este país.


La foto es del Tonkotsu Ramen de ayer. Como podéis ver, no es un sopinstant ;-)

sábado, 10 de marzo de 2012

Cómo viajar cómodo a Japón o el affaire KLM


Escribo esto, mi primer post de la nueva experiencia gordonautil, sentado en un sillón comodísimo, en zapatillas de ir por casa, tomando buen café con bombones después de una abundante y deliciosa comida, recién vista “The Artist” en una pantalla que para nada parece de tablet de saldo. Con sólo pulsar un botón me traen la bebida que quiera (Champagne, Porto, Whisky de 12 años), me van a despertar, cuando acabe de dormir en el sillón que voy a poner completamente horizontal, para servirme un desayuno caliente de los que me gustan (huevos revueltos, champiñones, yogur, tostadas...). Y sí, habéis acertado: estoy viajando en Business en un vuelo de largo recorrido, lo que equivale a tener todas las comodidades posibles, especialmente para un Gordonauta, como es el caso. Lo del neceser completo (hasta con barra de cacao para los labios), los calcetines con suela y las zapatillas de ir por casa, el regalito de una casa típica holandesa en miniatura, o la comida y bebida son lo de menos: aquí lo que importa de verdad –que para algo la gente paga 4000 euros por ello- es el asiento: un butacón reclinable al 100% -horizontalidad completa- en el que está cómoda una persona de 1,94 y peso suficiente para llamarse a sí misma Gordonauta. En la foto veréis el cuadro de mandos, y sí, lo que aparece en la zona lumbar es un simbolito de masaje. Por supuesto que ayudan las luces individuales y regulables, tener un buen cojín y una buena manta, pero lo increíble es lo cómodos y ajustables que resultan los asientos. Las 11 horas del viaje se me hicieron cortas. Y no, no es ninguna broma, y sí, soy el mismo que estuvo de pie 9 horas en un 747 hasta San Francisco, el mismo que escribió este post sobre un insufrible París-Osaka, el mismo al que un Frankfurt-Valencia le parece largo por lo incómodo de los asientos.

¿Cómo decís? ¿Que por qué? Pues porque me ligué al chico del desk de KLM, le hice un strip-tease en los baños y después le enseñé mi colección de fotos de Brad Pitt en el rodaje de Troya, que siempre llevo encima. Nunca falla.

Y ahora, después de las risas (tenéis razón: no llevo fotos de Troya, sólo de Seven, en Troya se pasó el estilista y Brad Pitt tiene una retirada a Marisol) la versión oficial.

La cosa empieza con un avión que parece un autobús en el que nadie habla castellano y no digamos ya valenciano –cosa que deberían, dado que es un vuelo que sale desde Manises. Un autobús hortera y setentero, estrecho, en el que la gente discute por el espacio del equipaje –no hay suficiente-, huele mal, hay restos de comida y sale con una hora larga de retraso. Esa, básicamente, es mi opinión de Transavia, compañía con la que no sé cómo KLM se asocia.

Ese avión, que debía aterrizar a las 12:30 en Schipol, lo hace finalmente a las 13:49, a lo que hay que sumar una espera de unos minutos más para tener un finger disponible. Lo gracioso es que el vuelo a Osaka empezaba a embarcar a las 13:10, para salir a las 14:30. Poco tiempo, pero no imposible... a no ser que estés en un aeropuerto mastodóntico, como es el caso. Así que ya me veis corriendo –mi barriga unos cuantos y oscilantes metros por delante mío; la trolley unos cuantos y accidentados metros por detrás- por todo Schipol, descifrando los paneles de Connecting flights desde cien metros para no pararme, apartando adorable abuelitas holandesas a codazo limpio de las cintas transportadoras (como un Carmaggedon aeroportuario), esquivando niños y carritos con triple saltos mortales de mi trolley. Hasta que veo, a lo lejos, cómo en letras rojas pone el temido “Gates closing” en la puerta 24. Son las 14:07 y pego un último sprint, para llegar justo al final de la cola un minuto después, sudando y resoplando como... sí, todos queréis que lo diga, Hurley en Lost. No sé qué tenemos los gordos corriendo por los aeropuertos que todos os descojonáis, mira.

Y os preguntaréis, ¿cómo se pasa de casi perder un vuelo a volar en Business? Pues estando a punto de haber realizado la proeza y que no valiese para nada. Es un instante parecido al de cuando te enfrentabas al monstruo final del videojuego, pero de los de antes, cuando no se podía grabar la partida ni nada de eso: te lo jugabas todo –que podían haber sido varias horas ininterrumpidas, sin beber, comer, ir al baño ni pestañear- en unos segundos. Tensión máxima. Llegué, y la máquina dijo que no. Vaya, el conocido “Computer says: noooo(si no lo habéis pillado, estáis tardando YA en descargaros / comprar Little Britain. Y más los que fardáis de que os gusta Monthy Python). ¿Y cómo cojones engañas a un ordenador que te dice que no puedes volar? Que se lo pregunten a alguien inteligente, como Kasparov... Oh wait! En definitiva, sólo hay una cosa que pueda contra un Computer says no: “Lo que diga la rubia”. Y la rubia (cosa que no tiene mucho mérito estando en Holanda), en este caso, dijo que el Gordonauta con camisa a rodales que tenía delante iba a volar en primera clase ‘Cause you made it! Yeah! Y ahora os imagináis un “Yeah!” a lo Howard Dean.

Bueno, os lo descifro: el ordenador no me dejaba volar porque consideraba imposible que hubiese podido hacer el transbordo. Hice en 9 minutos lo que se supone que una persona normal hace en 40-50, apretando mucho –MUCHO- en media hora. Mi vuelo aterrizó mucho después de que se abrieran las puertas de embarque, y el sistema decidió que, by default, había perdido la conexión. Pero ahí estaba mi esencia gordonautil –no podía esperar un día más a comer ramen- para propulsarme, y las chicas de KLM –amables y comprensivas como pocas veces me he encontrado en un aeropuerto-, que vieron que no sólo había hecho lo imposible por llegar sino que además había pagado un extra de 120 euros para ir un poco menos apretado, le dijeron al ordenador que sí, que yo volaba (me dijeron literalmente que “You are going to fly today, if we have to push you into the plane we will, don’t worry!”), y que además lo hacía en Business. Agradecido, les pregunté cómo se decía gracias en holandés, y se lo repetí a todas unas cuantas veces, con mi mejor sonrisa.

Mi maleta, eso sí, iba camino de Seúl, para llegar hoy (en unas horas) a Osaka, en el vuelo que también me ofrecieron si quería viajar junto con mi equipaje. Dado que soy previsor y todo lo importante lo llevo conmigo, preferí volar el mismo día. Y no me digáis que no acerté, ¿eh?

La postdata de todo este asunto es casi mejor. En Osaka, un aeropuerto sencillo para el tráfico que tiene, diáfano y asombroso, una amable japonesa me esperaba con un cartel y mil disculpas por el incidente. Amablemente, llamó ella a la agencia de mi casa para hablar de horarios para recibir la maleta, confirmar la dirección y arreglarlo todo. Los papeles los rellenó ella y me dio toda la información posible por si había algún problema. ¿Os suena de algo? A mi tampoco.


La caballa marinada estaba buenísima, pero OJO: en un avión, con vajilla de porcelana y cubiertos muy historiados (se me olvidó la foto). El vino, un Sauvignon Blanc -no recuerdo el nombre- de Australia


Vista general de la pequeña zona de Business Class, sin niños. SIN NIÑOS.


Los pies, como veis, me caben perfectamente. De hecho, no toco, completamente estirado, el siguiente asiento.

El asiento en cuestión. Quizás así no os dice mucho, pero yo iba MUY cómodo, y NADA apretado. Siento no haber hecho foto completamente tumbado. A la próxima ;-)


El mando del asiento. Combinaciones infinitas...

PS: sirva este post como agradecimiento –aunque nunca lo sepan- a las empleadas de KLM que me solucionaron el problema y consiguieron que 11 horas se me pasasen en un suspiro. Y no, esto no tiene nada que ver con la campaña “pro-KLM” que hice en algunos de mis últimos posts; eso fue a cuenta de @KLM_ES y un posible viaje de prueba de Economy Comfort para un gordonauta a precio de turista. Ahora que he probado la clase Business World de KLM para viajar a Japón, no quiero nada más, así que bueno, un billete igual de vuelta por este post laudatorio no estaría mal, ¿no?

PS2: Clickad en los links, malditos, que han costado un rato de poner.