sábado, 20 de noviembre de 2010

3D

¿Qué, alucináis con las televisiones en 3D que hay por aquí? ¿Con las demostraciones de las tiendas? Bueno, hay sitios en los que nos llevan bastante ventaja...



Visto en Biku-Kamera, la tienda más grande de electrónica de Kyoto y la que tiene la canción más pegadiza y machacante. ¡Y de la que aún soy socio, por cierto!

jueves, 18 de noviembre de 2010

El zapatero del trabajo

Pues sí, en el museo también había un zapatero para dejar el calzado de calle y ponerse las pantuflas, con lo que no es sólo una cuestión de tu propia casa. Yo tenía allí mis propias zapatillas de ir por casa, pero también había para quienes no tuvieran. ¿Os parece excesivo? Os pongo un par de ejemplos de los que me acordé ayer.

Hace poco que he empezado a dar alguna clase en la universidad (como obligación -o derecho, no lo tengo claro- del becario), y algunas son prácticas de campo, lo que se traduce en ir al Saler y tomar una serie de parámetros ambientales sobre el terreno. Como de momento GozRita no ha conseguido urbanizar todo el término de València, eso significa que no estamos a cubierto y que si llueve, nos mojamos. Nosotros por las gotas, y los zapatos, en los charcos murphyanos estratégicamente colocados. Resultado: zapatillas del Decathlon empapadas y calcetines como para sacar footcofee. Para entrar en un bar, lo ensucias todo, lo mismo en la universidad, e ídem en tu casa, en la que si además tienes moqueta o parquet la cosa se pone interesante.

En Japón, al volver de muestrar, tu lugar de trabajo permanecía limpio, puesto que dejabas a la entrada las botas enfangadas; además, tenían una zona exterior en la que limpiar el material (redes, vadeadores, cubos) algo que aquí echo mucho en falta. O por ejemplo, al ir a comer enmedio de un día de muestreo, en Kanazawa, Takahiro se empeñó en ir a un restaurante decente (no como aquí, que comemos cualquier cosa de forma rápida), y yo me opuse debido al lamentable aspecto que presentaba. Él me miró y me dijo: No problem! Entramos al sitio, con suelo de madera, nos descalzamos en un pequeño recibidor y nos dieron unas chanclas. Fuera de la mesa se quedó el barro y no nos tuvimos que preocupar por poner perdido el restaurante, además de la comodidad que supone quitarse las botas en un día en el que te lo pasas metido en charcos y barrizales.

Total: que tontería, poca, es de lo más útil en un museo de ciencias naturales de un país lluvioso. Por cierto, ¿adivináis cuales son mis botas de montaña?



martes, 16 de noviembre de 2010

Sobre el anuncio de Ono y las excursiones de escolares

Después de meses he decidido volver a colgar nuevas fotos e historias, en parte por la insistencia de algunas personas, y en parte porque lo prometido es deuda. Y también, para qué negarlo, porque he visto un par de anuncios que me han recordado dos experiencias muy concretas (y diferentes) de Japón. De momento le toca el turno al anuncio de Ono, en el que salen unos escolares monísimos con sombreros amarillos. Y pensaréis ¿es verdad o es para hacer más llamativo el anuncio? E imagino que ya vais adivinando la respuesta ;)

Sí, los niños siempre van con un gorrito o sombrero (y uniformados), al menos cuando van por la calle en horario escolar. Además, hay variedad de sombreros, supongo que para no confundirse en las mareas de locos bajitos que se originan en sitios muy concurridos. Sin embargo, mi encuentro con uno de estos grupos lo tuve en Kanazawa, mientras tomaba unas muestras de agua en unos arrozales de las afueras de la ciudad. De pronto mi lugar de trabajo se vio invadido por una horda de niños y niñas, quienes, a pesar de la disciplina que intentaba imponer el profesor, se dispersaron rápidamente por los bancales. Algunos tomaban apuntes en una libreta, presumiblemente sobre las variables ambientales y limnológicas del ecosistema. Me pareció increíble -fantástico- que los alumnos se iniciasen tan pronto en un camino que a mí me había costado 25 años empezar.

Y en esas estaba yo -botas enfangadas, manos empapadas, camiseta sudada- cuando se acercaron un par de niñas monísimas que me preguntaron qué estaba haciendo. Supongo que pensaron que estaba en un lugar tan alejado de los circuitos turísticos, que por fuerza debía llevar un tiempo en el país y saber japonés. O no pensaron nada y simplemente preguntaron. Yo levanté las cejas y sonreí, pero afortunadamente Takahiro (el profesor de universidad que nos acompañaba), empezó a contestarles; sólo entendí las palabras "agua" "español" e "investigación". Las niñas se pusieron a aplaudir emocionadísimas, y durante unos cuantos minutos -hasta que tuvieron que irse- se quedaron mirando, muy atentamente, todo aquello que yo hacía (medir el pH, temperatura y conductividad del agua, filtrar con una jeringuilla...).

Y me pregunto yo, ¿si unos niños españoles se encuentran con un investigador japonés que estudia los arrozales, se les iluminaría la cara así? Me alegraron la tarde, y ahora, gracias a Ono, me acuerdo de ellas y os lo cuento a vosotros.


lunes, 15 de noviembre de 2010

El dispensador automático de naranjas

Me parece increíble no haber posteado esto, con la de veces que lo he contado. Pero no es lo mismo sin la foto, así que ahora lo entenderéis mejor ;)

Estaba yo caminando con Mark (quien trabajaba en el museo) y Mark (amigo del Mark del museo) cerca de Nara, entre monumentos, bosques, templos y bancales, cuando vi el rudimentario escaparate de la foto. Un poco atónito, les pregunté dónde estaba la persona que lo antendía, puesto que no se veía a nadie en todo el camino. La respuesta, que os la estaréis imaginando, era que no había persona alguna que se encargase de venderte las naranjas. Simplemente confiaban en que pagases por aquello que te llevabas, sin preocuparse de que no cogieses más de lo debido y dejases las monedas pertinentes. ¿Alguien se imagina cuánto tiempo durarían esas naranjas en España, si ya en las tiendas vigiladas desaparecen?

A los tres meses, ya había visto muchos más escaparates con autodispensador de mercancías (incluso en ciudades). Y qué queréis que os diga, son más bonitos y más baratos que las vending machines. Y, sobretodo, hablan maravillas del país en el que los encontré.