miércoles, 30 de junio de 2010

Sobre los “Cup Noodles”

Como ya sabéis de mi afición por los desastres apocalípticos y un mundo post-holocausto, no os debería sorprender que guarde reservas de comida por si un día se juntan en Kyoto el terremoto Tokai que está al caer, Gozilla, la armada norcoreana y Rita Barberá. ¿Y qué mejor elección que esta?

Mi estantería, a punto para una hecatombe


Los “Cup Noodle” (en realidad una marca, lo mismo que pasa cuando decimos “Kleenex”) son la prueba definitiva de que los japoneses son el pueblo escogido por Dios, porque mejor maná no imagino. A los israelís les debía tener tirria, porque mira que tantos años a base de maná old style en el desierto no tiene nombre. Después de crear las croquetas de mi madre y la tortilla de patatas y cebolla de mi abuelo, Dios se encontraba exhausto, al haber puesto toda su sabiduría culinaria en esos dos platos. Así que decidió, en su infinita sabiduría, crear algo sencillo y rápido para tomarse viendo el WoH (World of Humans, su particular videojuego) en pantalla de 12.000 km envolvente: los Cup Noodles, ramen deshidratado que aguanta meses y meses sin problemas –excepto si está en la misma habitación que Acebes, entonces al par de días está para tirar, porque los fideos se vuelven psicóticos y no saben si están hechos de morcilla o de lechuga, y mantienen abiertas las dos líneas de investigación para averiguarlo. Y yo, que soy su profeta -Dios está gordo, así que nosotros somos los elegidos, y los mansos que heredarán la tierra, porque ¿cuándo habéis visto a un gordo hiperactivo, aparte de a Dennis Nedry?- he decidido difundir la palabra. Pero antes debo probar su creación, que yo no me lo trago todo –en ese punto Lewinsky y yo nos parecemos- así que, básicamente, y que es de lo que trata este post, he comido todos los tipos de ramen deshidratado de las convenience stores, AKA Kombinis xD


Las creaciones divinas no siempre tienen buen aspecto, pero os garantizo que saben bien

Una cena al salir del trabajo

El otro día Kusuoka-san, un investigador del museo con el que cogí el último autobús que salía hacia la estación de tren, me dijo si quería cenar fuera, que era muy tarde. Le pregunté si no le importaría a su mujer, y me contestó que ella vive cerca de Tokyo, así que se ven muy poco. Me quedé muy sorprendido, pero intenté disimularlo, y le dije que sí, que encantado, porque además eran más de las 8, hubiese llegado a casa a las 9 y no tenía ganas de cocinar. Así que me llevó a un restaurante japonés en las cercanías de la estación de tren de Kusatsu, es decir, un restaurante cualquiera. Por fuera, un enorme escaparate con las réplicas de los platos en plástico me plantearon una decisión difícil, porque me apetecía la anguila (unagi), sushi y sashimi, soba, tempura, tonkatsu, ¡me apetecía todo lo que veía! Así que entramos, nos sentamos, pedimos dos cervezas y brindamos con el típico “Kampai”. Después pedimos, y yo le hice caso: escogí un set de platos pequeños, para probar distintas cosas, el que veis abajo. ¿El precio? 990 yenes, es decir, 9 euros justos ahora que el euro está por los suelos, 7-8 euros hace unos meses. ¿Alguien me puede decir dónde puedo comer –repito: agua y té gratis- algo parecido en València, sentado confortablemente en un espacio semiprivado, por menos de 10 euros? Sencillamente no existe en mi estafa de país, algo más grave aún si recordamos que Japón es un país más desarrollado que España, y en el que el nivel de vida es mayor en todos los aspectos.

Set de restaurante: arroz, sopa de miso, sashimi (vieira y atún), tofu con huevo y setas, espinacas con alubias, tempura (gambas, pimiento, calabacín, patata dulce)

martes, 29 de junio de 2010

La bebida del Imperio

Dicen que Franco bebía Fanta, y por lo visto a Darth Vader le va la Coca-Cola. Y yo, ya puestos, prefiero a un dictador con clase, leds luminosos y superpoderes que un tapón calvo y acomplejado de voz aflautada que sólo sabía firmar sentencias de muerte.


(Visto en Tokyo, como no podía ser de otra forma)

Una noche con final sorpresa

Me doy cuenta de que hasta ahora no había hablado de Isabel y Ari. Isabel es una valenciana que vive en Kyoto, y es la amiga del amigo de una amiga, pero con la que curiosamente tengo otros conocidos en común. Total, que el mundo es un pañuelo, pero de verdad. De momento (aunque es farmacéutica) da clases de castellano (y parece que lo hace bien, porque sus alumnos saben un montón y tiene bastantes), y está casada con Ari, un japonés majísimo que trabaja de investigador en la universidad, y que me ha dejado explicarle con todos los detalles posibles el porqué estoy aquí (pobret meu...). Los dos han sido de lo más hospitalarios y me han ayudado un montón a conocer más la ciudad en la que he vivido ya dos meses; he tenido mucha suerte, sin duda.

He quedado con ella unas cuantas veces, algunas de las cuales también había más personal. Uno de esos días conocí a Pepo (y también a Natalie, su novia francesa que habla más idiomas que Carod), un investigador valenciano que está de postdoc cerca de Nagoya, y con el que también tengo a varios conocidos en común (sí, uno de ellos eres tú, Mosky, que lo de “Entomoloco” del Facebook no se olvida fácil xD).

Pero no es eso a lo que iba. El primer día que quedé con Isabel y Ari, también estaban Geno y César, dos arquitectos valencianos (monopolizamos Kyoto xD) que llevaban bastante en Japón, pero que se iban en unos días. Tras desentumecer mi lengua para hablar algo de castellano en persona y algunas dudas sobre cómo presentarme (Japón te vuelve alérgico al contacto entre tu piel y la del resto de la humaniad), nos fuimos a un izakaya. Después de bastantes platos y bebidas, nos dirigimos a un karaoke, pero en el camino un japonés empieza a saludar –bueno, a gritar- desde un taxi, y Ari se acerca. Es Inoue, un alumno de Isabel, que nos dice que vayamos con él, que va a un bar de Gion a beber y nos invita. Aceptamos, y nos subimos a un taxi enmedio de la calle.

Una vez allí, vemos que Inoue va acompañado por una mujer con kimono y maleta, que no es ni su novia ni una familiar, según parece. Nos indica que subamos al cuarto piso de una finca, en el que una discreta puerta y un hombre con camisa nos dan la bienvenida a un local minúsculo, en el que quizás, como mucho, quepan 10-12 personas. Hay un sofá en forma de “L” en el fondo, algunas sillas y una pequeña barra. Estamos solos, si exceptuamos a dos hombres que no sabemos si son clientes o dueños, y la camarera, una mujer mayor que se parece sospechosamente a una profesora de Biológicas de la UV.

Una vez sentados, se apresuran a sacarnos bebida y snacks. A mi lado, en una silla en vez de en el sofá, se sienta la mujer con Kimono, que me rellena automáticamente el vaso de cerveza cada vez que doy un trago, sin esperar a que lo vacíe. Le pregunto a Isabel si eso de que paga Inoue va en serio, que si no me empiezo a cortar a la hora de beber; me dice que sí, y me despreocupo.

La mujer del kimono participa y activa la conversación, ríe con las gracias de Inoue y nos sirve a todos. Es raro; es como una mujer de compañía, en el mejor de los sentidos. Los dueños/clientes, en un evidente estado de embriaguez, intentan mantener alguna conversación, pero les resulta bastante difícil.

Comentamos que en principio nos dirigíamos a un karaoke... y zas! Traen de inmediato dos pequeñas pantallas táctiles, controles para un juego de karaoke que se activa en la televisión. Nos ponemos a cantar –lo de la cerveza nonstop ayuda-: Isabel se luce cantando en japonés, la mujer del bar nos deja asombrados con su voz, Inoue canta una canción “Julio Iglesias’s style” y yo escojo “A Hard’s Day Night”, que me la sé, y cantamos Geno, César y yo a coro. Ganamos. Después me toca perpetrar una canción que nunca había oído, pero de la que sabía su existencia “Con el Boom Boom de tu corazón”, de Ricky Martin o un sucedáneo veraniego. Para enjuagarme el sabor a verbena de pueblo, me bebo dos vasos de cerveza y canto “Starman”, de Bowie, que me reconcilia con el karaoke.

Poco antes de acabar, alguien menciona algo de sushi, y decimos que estamos llenos, gracias. Pero da igual, porque al cabo de un rato traen una bandeja con una pinta espectacular, que contenía el que hasta la fecha es el mejor sushi que he probado en mi vida. Así que allí me teníais, un gordonauta en un bar semiprivado de Gion, con una mujer de compañía riéndome las gracias en castellano y sirviéndome cerveza, cantando junto a desconocidos y comiendo un salmón y unas gambas que no lo encuentras ni en la lonja a primera hora. ¿Qué faltaba? Pues un recuerdo. Y como estamos en Japón, de la foto que sacó Isabel nos hicieron copias instantáneamente en una impresora que tenían allí mismo –sí, en un bar una impresora fotográfica es algo imprescindible, ¿no?-, una copia para cada uno, con su fundita para que no se estropee.

Y sí, todo gratis. Karaoke gratis, copas gratis, comida gratis. Y una noche que no se me va a olvidar. Como dije al salir: Mare meua!


Recuerdo de una noche inesperada, de izquierda a derecha: un señor calvo ebrio, Ari, Isabel, Inoue, Geno, César con las maracas, un gordo, la mujer de compañía, la camarera)

domingo, 27 de junio de 2010

Sobre la comida de plástico y pedir en los restaurantes

Seguro que os habéis preguntado más de una vez si es muy complicado pedir comida en un restaurante en Japón. La respuesta es NO: es más fácil que en València. Igual creéis que exagero, pero no es así. ¿Cuantas veces os habéis encontrado ante una carta pretendidamente pomposa con nombres demasiado largos, o ante otra trufada de localismos culinarios, o ante tachones y menús anticuados? ¿Cuantas veces habéis tenido que preguntar qué era ese plato, o ese ingrediente, o cuál era el plato del día? ¿Cuantas veces os han servido algo diferente a lo que esperábais, bien porque os habíais confundido al pedir, bien porque el aspecto de lo presentado distaba mucho de cómo es en realidad ese plato -al estilo de Un día de furia-?

Aquí no pasa eso; no puede pasar. Generaría un agujero en el contínuo espacio-tiempo que os enviaría de vuelta a un 2010 alternativo en el que Ana Botella es presidenta de España, Aznar del Madrid y Zaplana cardenal. Aparte de esos detalles, de verdad, es complicado que tengáis ningún malentendido al pedir. ¿Por qué? Pues básicamente porque en el 90% de los bares y restaurantes hay un escaparate en el exterior en el que se muestran reproducciones extremadamente realistas de los platos que se sirve. Por si ello no fuese suficiente, dentro la carta está plagada de fotografías, con lo que sólo hay que señalar lo que se quiere y decir "Kore kudasai" -esto por favor-. No hay que pedir bebida, puesto que el té y agua -fresca- son gratis, no como en la estafa de país al que volveré en algo menos de tres semanas. Y si se quiere cerveza, más fácil que pedir "Biru" -japonización de beer- no hay nada.

En Gante tuve problemas para pedir un helado y un gofre, en inglés, ya que no me entendieron y nos trajeron 3 postres para 2. Que sí, un gordonauta siempre puede hacer el esfuerzo y comérselo, pero con lo caro que estaba todo ya podrían haberse imaginado que aquello era un error. En Brujas, donde comimos y por la tarde nos tomamos un chocolate y pannenkoeken, había que adivinar qué era cada cosa, y no os creáis que el camarero ayudaba. En Japón, han llegado a preguntar a los comensales si alguien sabía inglés, para ayudarme a pedir en un pequeño bar de Iwakuni. Vamos, lo mismo.

Otras facilidades y ventajas: muchos restaurantes tienen timbres en la mesa para llamar al camarero si necesitas algo, te dejan la cuenta al principio de la comida para que pagues a la salida en la caja -nada de esperas con el brazo en alto a que se cobren cuando les dé la gana- y no, no se deja propina. De hecho algunos camareros, cuando en la caja les das a entender que se pueden quedar con el cambio -porque es sólo morralla, unos pocos yenes que casi estorban más que otra cosa en el bolsillo, y que da hasta cosas esperar a que te los devuelvan-, no saben qué hacer, así que acabas cogiendo las monedas y sonriendo.



Un escaparate cualquiera de un restaurante cualquiera, en el centro de Kyoto

En cuclillas

Lo había leído, y había visto fotos, pero pensaba que eran cuatro raritos que no sabían sentarse o esperar de pie. Ahora bien, si tenemos en cuenta el estilo de sus váteres, pues tiene algo de sentido. Total, que eso de encontrarse a la gente conversando, esperando al autobús o hablando con el teléfono es más normal de lo que parece... Aquí os dejo algunos ejemplos.


Esperando a que el semáforo se ponga en verde, cerca del templo Tofuku-ji.



¿Para qué vamos a montar una mesa y hablar de pie si podemos estar de cuclillas y poner las cosas sobre el suelo? Mercado Kobo-san en el templo Toji, que se celebra los 21 de cada mes.



Hablando por teléfono, guardia de seguridad en el templo Toji.

lunes, 21 de junio de 2010

Música para un viaje

Me acuerdo de 3 veranos consecutivos (2000, 2001 y 2002) en los que hice 3 viajes fantásticos con mis padres a Londres, París y Ámsterdam. No fueron 4 días en Touroperador; tanto en Londres como París tenemos familia y pudimos quedarnos casi dos semanas, a pesar de que yo no era precisamente un adolescente que se pudiese meter en cualquier sofá-cama. Y me acuerdo de que tenía ganas de ir en tren, y que no me importaba que el viaje durase más de 24 horas, porque eso significaba que iba a poder escuchar un montón de música. En Londres tenía aún un reproductor de CD portátil, y estuve pensando desde varios días antes qué me llevaba (me cabían unos 15 CDs en la funda). Siempre es lo que más tiempo me lleva de un viaje, ahora con los CDs para el coche: escogerlos. Aunque algunas suertudas tienen conexión USB, eh? ;) La maleta la hago enseguida; los libros y discos me cuestan horas.

En Londres estaba en plena época nu-metalera (apunte: ha muerto el bajista de Slipknot, aún ha durado más de lo esperado), iba con el pelo largo, camisetas de malo malote (Slipknot y su people=shit, System of a Down y su fuck the people, Korn y sus cremalleras por boca...) y pantalones extra-anchos que realzaban mi por entonces desmesurada figura gordonautil.

En París ya tenía el Minidisc, un formato que a pesar de no despegar, de múltiples chistes por internet y de su elevadísimo precio (que yo rebajé en 15.000 pesetas comprándomelo en Andorra) no hubiese muerto de no llegar el MP3, porque, de hecho, era una especie de MP3. Yo me compré el primer modelo de Sony que incluía una compresión similar a un MP3, con lo que en el tamaño que ocupaba una cinta (90 minutos) podías meter alrededor de 800-1000 minutos en 4 minidiscs, en calidad similar (o mejor) que un MP3. Aparte de ello, grababa, tenía unos auriculares espectaculares con todo tipo de controles, no perdía calidad con los regrabados, aceptaba entrada óptica y me hubiese durado mucho más si no llego a lanzarlo por todo el vestíbulo de Farmacia en plan olímpico hace unos años. Lo cruzó entero. El coste de la reparación –Sony, por tocar cualquier cosa tuya, te cobraba 60 euros- y el auge de los MP3 me hicieron desistir de prolongar su vida. Tras un tiempo volviendo a usar el CD portátil, el regalo de un cumpleaños se materializó en forma de Ipod sorpresa (sobre todo porque era ya junio xD) y desde entonces los de la manzanita tienen toda mi devoción en lo que a aparatejos reproductores de música se refiere. Son más complicados de gestionar, si, ¿pero y lo bonitos que son? Fuera coñas, el Ipod nano (el Ipod valenciano) acabó con la indecisión de la música para los viajes.
Me acuerdo de que allí, en París, escuchaba Portishead mientras leía un libro de ciencia ficción algo psicodélica y ciberpunk, pero también empezaba a descubrir a los New Pornographers, o los Sights, o Modest Mouse y creo que no llevaba ya nada de metal en la maleta.

Bueno, me pierdo, que yo quería hablar de lo que he estado escuchando en Japón durante mis 10 días de viaje. Obviamente he seleccionado algunos de los discos que he reproducido más de una vez, o los se han quedado ligados a algún recuerdo en particular.

Johnny Cash – Live at St. Quentin (1968): ¿El mejor directo de la historia? Probablemente. Para mí, es mi viaje en tren a Takayama. Johnny Cash , un año después de revolucionar la música con su directo desde la Folsom Prison, vuelve a grabar un directo carcelario con canciones de amor, de violencia, de humor. Aquí no está tan nervioso com un año antes, y además ya se ha casado con June Carter, que también salta al escenario en algunas canciones. Vuelve a hacer la broma del agua, y vuelve a tener gracia; sigo riéndome cada vez que escucho “A boy named Sue” (reírse con una canción es algo muy difícil, que me pasa muy pocas veces), “St. Quentin”, con bis inmediato, no se hace pesada, y en la edición no censurada (la que tengo), están todas las bromas, insultos y comentarios. Cada parón entre canción y canción es una pequeña historia... “¡I was just picking flowers!”

Stephen Malkmus & The Jicks – Real Emotional Trash (2008): ¿Por qué este es uno de los 5 mejores discos de 2008 – si no el mejor- y el de Spiral Stairs uno de los 5 mejores de 2009? La respuesta sólo contiene una palabra: Pavement. El grupo más grande de los 90 no quedó en nada, y sus integrantes siguen regalándonos obras maestras con cada disco. Aquí hay tensión, hay historias, hay riesgo, hay crudeza y hay belleza. Siempre lo asociaré a Iwakuni y Yamaguchi, y a la sonrisa que involuntariamente ponía en el comienzo de cada canción, sabiendo que escuchaba algo único.

Josh Rouse – Nashville (2005): Después del monumental 1972 (2004), que debería figurar sin duda entre los 25 mejores álbumes de la década, sacó este “Nashville” que no tiene, para nada, ningún tinte de sonido Nashville, sinó que es totalmente continuista con su predecesor, pop de muchos y valiosos quilates (como les gusta decir a los críticos). Obviamente, resulta muy difícil mantener el listón, pero es un disco maravilloso, alegre, muy Rouse, con estupendas melodías y arreglos, y definitivamente muy disfrutable. Con los primeros acordes te saca la sonrisa.

Brahms – 4ª sinfonía (1885; versión de L. Bernstein con la Filarmónica de Viena, 1983): Leí en un folleto, cuando fui a oírla, que a los críticos de la época les disgustó mucho, especialmente el primer movimiento, que alguno describió como “dos hombres forzudos zarandeándome”. A mí me parece uno de los más bellos y emocionantes que he escuchado nunca. Es una de mis sinfonías favoritas; no tiene bajones, ni rellenos ni esperas inútiles para llegar a un clímax forzado; sólo belleza y fuerza.

Amalia Rodrigues – Recopilatorio (2009): Me lo puse en el parque de la paz de Hiroshima, y depende de qué visión se tenga, es una excelente o pésima elección. Pasear por un lugar cuya memoria es la devastación y el horror escuchando fados puede llegar a ser demasiado. Una buena recopilación que compré a ciegas, en Porto, que no suelo escuchar entera (por la duración), pero que definitivamente vale la pena para iniciarse (algo) en el mundo de los fados.

François Breut – A l’aveuglette (2008): buen disco, con un espectacular comienzo, para paladear mientras tu tren se dirige a Tokyo a 300 km/h.

sábado, 19 de junio de 2010

De acuerdo, nada de enfermos, pero... ¿son humanos?

Dudas que le asaltan a uno cuando ve carteles como éste por la calle... El artista llevaba algo más que té y pastas cuando lo dibujó...



¿Es la japonesa una sociedad enferma?

El amigo coder me plantea, en un meloso comentario a una entrada reciente, si los japoneses son una sociedad enferma. Bueno, en realidad me pregunta por qué se dice que lo son. Bueno, tampoco, me pregunta si he oído que algunos dicen que lo son. Total, que he decidido contestarle con un nuevo post, para que no tenga que esperar dos semanas a mi respuesta, tiempo más que suficiente para acabarse una provisión de verduras terrestres en Marte y desesperarse viendo los partidos de La Coja xD

Antes que nada: no llevo aquí el tiempo suficiente como para decirlo de forma tajante. Conozco sólo una pequeña parte de Japón y de ella tan sólo a un número muy reducido de personas. Así que las siguientes líneas son sólo mi impresión, totalmente subjetiva.

La japonesa es una sociedad llena de contradicciones, ¿pero cual no las tiene? De Japón nos asombra que chicas en bañadores sugerentes llenen portadas de revistas por doquier y haya enormes y relucientes barrios rojos en los que los chavalines pululan a tu alrededor tratando de que entres en su club, pero esté prohibido mostrar los genitales incluso en películas pornográficas. ¿Pero acaso es eso menos comprensible que una parte de la sociedad española sea fundamentalista cristiana y después maltraten a la mujer, se vayan de putas y roben y puteen al prójimo? ¿Se entiende menos que los abusos de los curas, que la hipocresía de la Iglesia, que invierte en bolsa , o que la de Zaplana, que va a una manifestación por la familia? Joder, ¡que es Zaplana!

En política se llevan unos líos del copón, tanto por el sistema electoral, como por los partidos, como por la historia reciente (ocupación de EE.UU, tensiones con vecinos...) y el particular sentido del deber japonés (Trillo, te hacen falta unas clases; bueno, no, te hace falta ir a la cárcel, desgraciado). ¿Pero no es más incomprensible que el presidente de honor del principal partido de la oposición en España sea un hombre con una más que destacada participación en una dictadura fascista que duró 40 años? ¿Es más difícil de aceptar que el hecho de que las listas del PP estén trufadas de fascistas, franquistas confesos y delincuentes; que no apoyen al gobierno ni siquiera en materia antiterrorista –inaudito en el mundo entero- o que Aznar no haya pedido perdón por Irak? Puestos a preferir, prefiero dimisiones a tutiplén y sentido de la responsabilidad que tener como segundo partido en el parlamento a un grupo de salvajes con trajes que no saben comportarse y no aceptan las reglas del juego democrático.

(Nota: no, Hiro Hito no fue juzgado como criminal de guerra. Eso lo compartimos, aquí el dictador murió de viejo y nada se ha hecho por poner en su sitio a los partícipes. En Argentina –más reciente el horror- nos llevan años de ventaja. En España, si intentas escarbar, te vas a la puta calle, Garzón lo sabe)

Quicir, creo que se exagera. Los japoneses tienen una cultura muy rica y diversa, pero que estuvo estancada mucho tiempo por el autoaislamiento del país hasta mitad del S. XIX. De ahí nacen algunas “rarezas” en su forma de ser y sus hábitos diarios. Por otra parte, no los considero “enfermos”. En general se palpa el estrés (menos en las obras en la ciudad, que van a un ritmo caribeño); se trabaja muchas horas (mi compañera Kanae está 15 horas al día en ello), se trabaja muy duro, y encima la jerarquía laboral sigue siendo muy estricta en la mayoría de los casos (Futami, la otra chica japonesa, llegó llorando anteayer porque le habían tirado una bronca y no tiene el derecho de contestar). Así que necesitan vías de escape. ¿Cuales? Pues el Pachinko (especie de pinball muy adictivo, que se agrupan en locales en los que el ruido es infernal, se oye desde la calle), las revistas con chicas guapas en posturas sensuales, beber después del trabajo, el Karaoke... Pero son cosas normales, no veo nada enfermo en ello.

Total, y por resumir un poco, creo que se exagera –adrede- que la japonesa es una sociedad enferma, como si a los occidentales nos gustase considerar que todo lo que no se adapta a nuestros estándares es raro o defectuoso (aunque a veces lo es, ¿eh? Que a mí no me verás defender a los países islámicos). Es distinta, con multitud de tics inexplicables, debido a su historia y su forma de ser, pero no creo que sea enferma. De hecho, en algunas -en muchas- cosas nos llevan bastante ventaja, y son una sociedad mucho más sana, y civilizada (como ya he dicho 50 veces en 40 posts xD) que la nuestra. De hecho, a las sociedades europeas les puedes sacar tantos síntomas y tanta mierda -o más- que a la japonesa.

Ale, ya tienes tu respuesta. De lo larga que es seguro que te da tiempo a comerte un tarro familiar -A.K.A gordosize- de Eagles xD

jueves, 17 de junio de 2010

Mi viaje en 10 fotos y un vídeo

Hace cosa de un mes me tomé 10 días para recorrer una pequeña parte de Japón, y aún no había escrito nada sobre ello. No pretendo postear todo el viaje, ni hacer un tostón de entrada, así que he escogido 10 fotografías que resumen, en cierta forma, los 10 días (los que me conocen saben que esto para mí representa un esfuerzo sobrehumano). Podría haber escogido otras 10, y otras 10, e incluso 100 de las miles que aún tengo en el ordenador, pero creo que las imágenes de más abajo os darán una idea aproximada de por dónde fui. Las fotos son jpeg tal cual salieron de la cámara... Si algún dia tengo tiempo, que lo dudo, ya empezaré a retocar alguna con el NX2 (soy poco amigo del Photoshop, toco algunos niveles, colores y ajustes básicos; lo de clonar y las capas lo dejo para los que saben)

Debo decir que no están ni Kyoto, ni Nara, ni Kanazawa, ya que estas ciudades las he visitado en otros momentos... Así que en próximas entregas ;)


Día 1: Kyoto - Himeji-Hiroshima

Salí de Kyoto a las 8:02, con lo que a las 9 estaba en Himeji y a las 10 en el castillo. Impresionante, por algo es el más famoso de Japón. Tuve la suerte de que los trabajos de restauración acababan de empezar y apenas tapaban el edificio principal.



Después de ver el castillo, un jardín aledaño y darme un paseo rodeando la fortificación, volví a la estación y cogí el Shinkansen a Hiroshima a las 14:00. Allí llegué, fui al hotel y salí a aprovechar la tarde, soleada. Pasé por las afueras del castillo (obviamente restaurado) y me dirigí al A-Dome y el Parque de la paz. En otro post hablo de ello, y la imagen de esta ciudad, que por lo demás me encantó, no puede ser más que esta:



Día 2: Hiroshima - Iwakuni – Yamaguchi - Hiroshima

Al día siguiente, decidí hacer un par de excursiones, aprovechando en JR pass. Primero fui a Iwakuni, pueblo cercano que cuenta con un famoso puente de madera, además de un castillo con fantásticas vistas sobre el mar.



Por la tarde, y tras haber comido unos estupendos nikku udon con una Asahi descomunal, cogí el Shinkansen hacia Yamaguchi, pueblo al que llegué tras un transbordo. Con una tarde sin una nube, me dediqué a pasear el pueblo en dirección a su famosa pagoda, una auténtica maravilla, y más en un día como aquél.



Día 3: Hiroshima - Miyajima

Al día siguiente me fui a Miyajima, una isla muy cercana a Hiroshima, que cuenta con uno de los 3 “paisajes escogidos” de Japón, y que no es otro que la famosa Tori que queda parcialmente sumergida durante la marea alta. Haciendo caso a varios blogs y a la Lonely Planet, decidí quedarme una noche, puesto que aseguraban que el agobio de turistas que la invaden por el día desaparece por la noche. Subí al monte Misen, una fantástica y accesible montaña con fabulosas vistas, visité distintos templos, y por la noche, después de cenar, salí a dar una vuelta. Completamente solo, sin coches, con calles sin pavimentar, me pude tomar todo el tiempo del mundo para hacer fotos, así que os dejo con una nocturna. No lleva reducción de ruido ni nada, tan sólo está un poco recortada.



Día 4: Miyajima – Takayama

Después de un ferry, un tren local, un Shinkansen, una paradita en Kyoto, otro Shinkansen y un tren regional, llegué a Takayama en un día precioso y muy frío. El trayecto en tren desde Nagoya se hace corto por lo bonito que es.



Día 5: Takayama – Kamikochi – Takayama

Espectacular. Un paisaje de postal en un día entre 100, soleado, sin viento, con buena visibilidad. Entre los bosques, el río de aguas cristalinas, las montañas nevadas, los monos y la laguna de cuento de hadas éste es uno de mis mejores recuerdos de Japón. Un sitio para volver con tiempo. Yo era el único occidental por allí. La foto, con la S90, que había que andar y entre el agua, comida, chubasquero y guía la mochila ya pesaba bastante... Sólo eché en falta la D90 (y en realidad era el 18-200) con los monos; por el resto, una gozada de bolsillera.



Día 6: Takayama – Ogi-Machi – Takayama

Aunque sea un pueblo algo artificial, porque han juntado muchas de las casas que hace tiempo estaban separadas por varios quilómetros, vale mucho la pena, por ver las particulares barracas de los japoneses. Es un sitio guiri, así que hay que evitar los fines de semana, cosa que yo no pude hacer.



Día 7: Takayama – Tokyo

Tokyo fue la última parada, al contrario que en muchos otros viajes, en los que es la primera. ¿Por qué lo hice así? Ni idea, pero me alegro, porque el tiempo los últimos dos días ya no fue tan bueno. Llegué, hice el check-inn, y salí a dar una vuelta por Shibuya (primera foto) y Shinjuku (vista desde el mirador del Gobierno de Tokyo, gratuito; con la S90 y exposición larga, a través de un cristal algo sucio, así que la calidad no es muy allá). Es una ciudad excesiva, y quizás la parte que menos me entusiasmó del viaje. Akihabara, Shibuya, Shinjuku, la Electric Street, Ginza y demás las vi con ojos de observador externo, pero sin emoción, sin la sensación de estar dentro de algo único y fantástico que experimento cuando paseo por los templos menos visitados de Kyoto o en Kamikochi. Quizás por eso me compré el bono Grutt de museos y visité unos cuantos, que valían, y mucho, la pena (pero eso es para otro post).




Día 8: Tokyo

A pie y sin usar el transporte público, me recorrí Ginza y la zona de la Tokyo Tower, así como algunos jardines. Visité el museo Bridgestone, ya que me habían regalado una entrada para una exposición temporal de impresionistas franceses. Me gustó esta estampa, mezcla de modernidad y tradición, que sólo puede darse en Tokyo.



Día 9: Tokyo

Museos de la zona de Ueno, el Nacional (su British o Louvre, básico para entender el arte japonés), el de Ciencias Naturales (se notan los años en algunas exposiciones, pero vale mucho la pena) y el de Arte Occidental (que tiene algunas buenas pinturas, y otra vez bastantes impresionistas franceses). Después de eso, andar, andar y andar. ¡Y después, nada mejor que un bol de ramen o una brocheta de pollo!

Día 10: Tokyo – Kyoto

Después de visitar el Miraikan (Museo Nacional de las Ciencias Emergentes, una maravilla de interactividad y didáctica), que está en la zona de la bahía y rodeado de edificios modernos y un paisaje bastante distinto al del centro de la ciudad, y el museo de fotografía (algo decepcionante, pero con una buena exposición sobre las primeras fotografías en Japón y el retrato de los samuráis), volví al hotel a recoger la mochila (¡sí, me cupo todo en una mochila!) y me fui hacia la estación. Allí cogí un tren, para el que compré el billete 4 minutos antes de la salida (tienen mostradores sólo para los trayectos del día, con el fin de agilizar la venta) y que en dos horas y veinte minutos me dejó en Kyoto, cansado pero contento y feliz de haber visto tantas cosas y de conocer un poquito más este fantástico país.